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Fecundación fraudulenta

Episodio 20

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande

En algunas ocasiones se había cuestionado sobre el punto, especialmente cuando en las noches sus sentidos le recordaban la acechanza de su reprimida virilidad. Creía en Dios, a Él se había entregado y estaba dispuesto a cumplir con la misión que suponía se le había confiado en esta tierra. Había venido de su España natal para levantar cruces en Latinoamérica; se enamoró perdidamente de la Argentina apenas llegó y aquí había decidido morir. Ahora tenía frente a sí el lamentable cuadro que representaba la grávida jovencita, bañada en llanto, agobiada por pensamientos suicidas. Dejó que su adoctrinado espíritu fluyera libremente, buscando ideas que estaban insertas en él como invisibles estacas...

—Hija mía, tienes en tu vientre un regalo de Dios, un maravilloso milagro que a Él debes agradecer. La vida es sagrada, proviene de Dios, sólo a Él le es dado quitarla. No tenemos derecho a cuestionar estos principios, hija mía, debes aceptarlo así. Con el tiempo todo tu pesar se disipará, superarás este difícil trance. Estoy seguro de que en el futuro contemplarás a tu hijo y te asombrarás de haber deseado no tenerlo. Piensa en esto.

La niña escuchaba con angustia las palabras del sacerdote; le indicaban que inexorablemente estaba perdida, su vida ya no podría ser jamás la misma.

«Adiós a mis sueños», pensó la muchachita, «nadie me querrá ni podré casarme de blanco como soñaba. Me tratarán como a una leprosa, o como una mujer fácil. Pensarán que me he acostado con muchos, que soy una loca, una puta, ¡no me siento madura todavía!, no podré resistir un cambio tan brutal, ¡Dios mío!, ¿por qué no me ayudás?»

Al darse cuenta de que el cura la observaba en sus cavilaciones, la niña dijo:

—Pero padre, debe darme alguna solución, si tengo un hijo mi vida estará arruinada. Papá ha tenido tres infartos, se morirá si se entera, sería como si yo lo matara con mis propias manos. Me suicidaré antes de tener un chico, no puedo aceptar la idea de ser madre, ¡no todavía!, necesito su comprensión padre, su ayuda.

Mabel siguió sollozando desconsoladamente; estaba al borde del desequilibrio total, sus sentidos no podían seguir asimilando esa atroz realidad que aniquilaba todo lo que había imaginado para ella. Su padecimiento era demasiado intenso, no podía seguir viviendo así, necesitaba escaparse de esa verdad como fuera. El sacerdote no fue ajeno al derrumbe de la muchacha, trató de confortarla.

—Pequeña, ¿cómo te llamas?

—Ma... bel, contestó ella con voz entrecortada por el llanto.

—Bien, niña, serénate —siguió el confesor—, piensa que es el Creador el que ha insuflado la vida que llevas dentro. No tienes derecho a afectarla, te repito, es algo sagrado. Desde su mismo origen, exige la acción creadora de Dios. Quien se aparta de lo establecido por Él, no sólo ofende a la majestad divina, sino que también se degrada a sí mismo y a la humanidad entera.

Tomás se sintió satisfecho por recordar tan bien las antiguas palabras de Juan XXIII.

—Piensa en ese ser que vive en ti, ¿cómo podrías matar a ese inocente? Recuerda el divino mandamiento: «no matarás»; es la misma naturaleza la que clama del mismo modo.

—Pero, padre, usted no me comprende, ¡no soporto esto! Prefiero morirme a desperdiciar mi vida de esta manera, ¿no se da cuenta? ¿Qué le voy a decir a mis amigos, a sus padres?, ¿ con qué cara volvería al colegio? Tendría que dejar de estudiar, de salir. ¡No!, ¡me suicidaré!, ¡haré cualquier cosa!

—Dime, muchachita, ¿cómo no lo has pensado antes?, ¿cómo has llegado a esta situación? Debes ser responsable de tus actos... Debiste preverlo. Ahora tienes una vida de la cual preocuparte, lo más puro, lo más maravilloso. ¿Has pensado que esta criaturita está creciendo en tu interior, independientemente? Este ser es portador de un mensaje de amor, está inerme, desamparado, nadie como tú está obligado a protegerlo. No importa lo que quieras, no importa lo que sufras. Este niñito es una realidad, está ya con nosotros, matarlo sería un vil asesinato, no hay argumentos que lo hagan aceptable. ¿No te imaginas cómo sufriría ese ser, si fuera cruelmente desgarrado, destruido en su seno materno? ¿No puedes suponer el dolor que sentirá?, ¿cómo puedes siquiera proponértelo? No lo hagas, hija mía, o el arrepentimiento te acompañará hasta la muerte. Es la vida lo que nos diferencia, lo que nos privilegia y nos hace superiores a las simples cosas. Ese bebé que está creciendo dentro tuyo merece vivir.

»Será con el tiempo una persona como tú, que también tendrá derecho a amar, a crecer, a realizarse como individuo iluminado por Dios. Él no tiene la culpa, no pidió venir a este mundo, tú eres la responsable. Debes asumir el compromiso que con Dios has celebrado y aceptar las consecuencias de no haber seguido sus enseñanzas. Antes que pensar en un crimen, es tu deber considerar la posibilidad de dar en adopción a tu bebé, de entregárselo a una buena familia que le ofrezca un futuro. Nadie te obliga a criarlo; lo que no puedes hacer es matarlo. Eso ni lo pienses, está penado por la ley de Dios y también por la de los hombres. En nuestro país, los que cometen un aborto son delincuentes.

—No podría regalar a mi hijo, padre —dijo Mabel con el rostro escondido entre sus manos.

—¡Estás obligada a poder!, o te pensás que estás facultada a hacer lo que quieras, tener al bebé es tu obligación! Ya ves lo que le pasa a la juventud por incurrir en lecturas peligrosas, por no orar, por no desear ni amar la penitencia. Males como el que padeces son fruto de tantos espectáculos obscenos, de conversaciones impropias, de las continuas ocasiones de pecado a las que se ven expuestos los adolescentes. Hija mía, tú no has atendido el consejo de la Iglesia ni emprendido la lucha contra la sensualidad con la debida fuerza. Me asombro al ver que todavía se pregona la libre educación sexual. Se propicia que se difunda en las escuelas como si fuera una mágica solución... Quieren instruir preventivamente a los jóvenes y no se dan cuenta de que los exponen prematuramente a situaciones de peligro. Aquí tienes el resultado, mira lo que te está pasando a ti.

Mabel levantó su desencajado rostro y con gesto de no entender nada, replicó:

—Pero, padre, a mí nunca me enseñaron nada... Yo no tenía idea de lo que era el sexo, apenas la tengo ahora. Estoy aprendiéndolo todo a golpes, por necesidad. No supe lo que hacía, ni qué consecuencias podía tener.

—Pero, pequeña, ¿cómo has llegado a esto?, ¿quién es el padre de la criatura?

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónNoviembre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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