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Fecundación fraudulenta

Episodio 5

Ricardo Ludovico Gulminelli
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Alicia interrogó a Álvez, sin prestar atención a su ironía:

—Dígame, por favor, ¿usted quiere que yo de algún modo consiga la «muestra» que tanto ansía esta señora enferma?, ¿pensó cómo hacerlo?

—Elemental, criaturita mía —dijo Álvez—, simplemente tendrás que acostarte con Burán, pedirle que use un preservativo y conservarlo luego de hacer el amor con él. ¿No es sencillo?

Alicia exclamó escandalizada:

—¡Es horroroso!, ¿¡cómo puede hablar así!?, no voy a poder hacerlo.

—Chiquita, no tengo dudas de que pocas mujeres reúnen las condiciones que vos tenés, lograrás sin esfuerzo el objetivo. Para vos será tan fácil como robarle frutos a un árbol, conozco a los hombres como Burán: caerá en tus brazos como un colegial enamorado. No puede ser de otra manera, a ese cincuentón le encantan las mujeres hermosas. No te sientas mal, actuarás humanitariamente. Además, seamos sinceros, no creo que te veas tan afectada... Hace mucho que habrás dejado de ser virgen, ¿no es verdad?

—Sí, doctor, así es, pero acostarme con un desconocido es otra cosa, difícil de asimilar. Para colmo se trata de un hombre que me dobla en edad, los viejos me provocan rechazo. Es cierto que tuve varias relaciones amorosas, pero créame, siempre llegué a ellas porque lo sentí profundamente. No le diré que siempre estuve enamorada, pero sí apasionada, o por lo menos atraída afectivamente. Pero ahora, fríamente me pide que me acueste con un hombre maduro, que no conozco, que quizás incluso me repugne. Deberé engañarlo, fingir en forma deleznable.

—Pero mujer, no lo veas de ese modo, pensá positivamente, no será difícil si lo simplificas. Además, creéme, este señor no es nada repugnante sino un destacado intelectual, bastante agradable físicamente: te enriquecerá con su contacto, que solamente será efímero. No te pido que te prostituyas, ni que te enamores, no estarás buscando un beneficio personal, obrarás desinteresadamente. Eso debería tranquilizarte. Yo tampoco ganaré dinero por hacer esto. Simplemente lo hago por cariño a una antigua amiga, quiero quedar bien con ella, tengo mis razones. A vos sólo te debería importar que la crisis termine... Lo que te pido no perjudica a nadie, considerate una voluntaria para un experimento científico. Una especie de cobayo si preferís verlo así, pero nadie podrá decir que estás actuando mal. No se trata de una cuestión de moralidad: mañana nadie podrá manifestar que lucraste con la situación. Tu actitud está justificada, hasta es encomiable. Es verdad que te podría hacer el favor sin pedirte nada, ¿pero te parece justo? Como ves, no pretendo nada para mí. Sé que si te exigiera cualquier acto, por más bajo que fuera, lo harías, ¿me equivoco?

Alicia bajó los ojos...

Álvez sonrió y continuó diciendo:

—Sin embargo, conociendo que sos una buena persona, te estoy dando una oportunidad. Pagarás mis servicios ayudando a tu prójimo. Si bien estarás engañando a Burán, al mismo tiempo satisfarás el último deseo de una moribunda. Todo, sin dañar a nadie, ¿qué tiene de malo?

—No sé, doctor, estoy confundida, ¿cómo voy a hacer para obtener la muestra de semen? Será muy difícil.

—Por eso no te preocupes, dejá el asunto en mis manos. Te prepararé el primer encuentro. Vos limitate a seguir mis instrucciones.

Ella estaba inerme, absolutamente indefensa, sin salida. Hacer lo que se le pedía le resultaba terrible, pero no podía abandonar a Mabel. Afrontaría cualquier sacrificio, era necesario.

—Doctor, ¿si fracaso en seducir al señor Burán?, ¿qué pasará?

Él la miró sonriente, dándole una palmadita en la mejilla izquierda le dijo:

—En ese caso olvídate del aborto. Lo siento, son las reglas del juego. Solamente así, puedo asegurarme de que vas a poner empeño en cumplir adecuadamente tu misión.

Alicia secó dos gruesas lágrimas que surcaban su rostro. Su aspecto era el de una mujer agobiada, vencida. La historia que el médico le había contado le pareció extraña. La creyó porque no tenía alternativa, porque quería convencerse a sí misma. Después de todo, ¿por qué no podría ser real? Enfocándolo así, lo que se le había pedido no era tan grave. Por supuesto, lo haría.

Satisfecho al ver su respuesta favorable, Álvez le dijo:

—Bueno, hermosa, te espero mañana a la tarde por el consultorio. Tranquilizá mientras tanto a tu hermanita, decile que en pocos días más tendrá una solución... Gratuita. A las cinco de la tarde date una vuelta por aquí, puliremos los detalles, sabremos lo que mi amiga piensa. Tal vez ya no está interesada en conseguir el semen de Burán. De todos modos, lo más importante es que tu hermana salga del lío. Después le voy a poner un espiral, gentileza de la casa.

Álvez decía todo esto ensayando su mejor sonrisa. Estaba plenamente satisfecho. Alicia era la mujer ideal, seduciría a Roberto Burán. No resultaba sencillo intimar con él, tenía una personalidad muy exigente, era propenso a encerrarse en sí mismo. No era enamoradizo, ni se dejaba llevar por las apariencias. Despreciaba la superficialidad, tenía respeto por la inteligencia y admiraba la fuerza de voluntad. Pero Burán no era un intelectual puro, sentía una sana nostalgia por la juventud perdida, la belleza femenina lo atraía como un imán. Luego de recibir la herencia que le dejó su padre, sus oportunidades de relacionarse con hermosas muchachas se multiplicaron. Pero exigía una considerable cuota de cariño, de humanidad. Se necesitaba una mujer especial, particularmente seductora. Por eso, Álvez estaba seguro: la tierna Alicia era la persona apropiada.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónOctubre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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