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Fecundación fraudulenta

Episodio 4

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande

El brillo cristalino de sus ojos lo hizo reaccionar bruscamente. Volvió a la realidad, rápidamente se alejó de ella.

«Me he dejado llevar por mis emociones», pensó Álvez, «no puedo ser tan estúpido, aunque esta criatura sea exquisita... Gracias a ella seré muy rico, no debo olvidarme de ello. Ella me proporcionará mucho más que un placer momentáneo, debo contenerme.»

El médico sabía que la joven tenía un inusitado poder de seducción, que su víctima, tan cuidadosamente elegida, no podría resistirlo. Gracias a ella concretaría su venganza, su siniestro plan requería del aporte de esta bella muchacha. No podía permitirse el lujo de comprometerlo, sólo por su deseo de poseerla.

Había estudiado meticulosamente cada detalle del deleznable negocio que iba a emprender. Lo que lo había retrasado era la búsqueda de la mujer que utilizaría como señuelo. Debía ser capaz de deslumbrar a la presa escogida, para que cayera en la trampa.

«Ha llegado el momento de dar un golpe magistral, de vengarme de Burán», pensó el médico. «Le haré pagar la humillación que me ha causado, ese maldito se arrepentirá para siempre. Lo haré sufrir, le sacaré una montaña de dinero.»

Álvez necesitaba plata; por jugar en el casino, se había endeudado más allá de sus posibilidades. Debía asegurarse el éxito. Para lograrlo, ¿qué mejor que Alicia? La dulce y desesperada Alicia llegó como un regalo caído del cielo. Álvez le dijo despaciosamente, tratando de disimular su entusiasmo:

—Mirá, pequeña, la verdad es que tu situación me ha conmovido, pero no puedo dejar de pensar que sacar del apuro a tu hermanita es realmente riesgoso. No necesito el dinero —mintió Álvez—, pero me inquieta que se trate de una menor. La verdad es que me da mucha pena lo que te está pasando, voy a darte una mano... Claro, con una mínima condición.

—¿Cuál es, doctor? Dígamela, estoy dispuesta.

Alicia estaba segura de que le iba a pedir que se acostara con él.

—Básicamente se trata de una obra de bien... No te asustes.

Había adivinado su inquietud...

—Mirá, una antigua y buena amiga, también mi paciente, necesita un favor especial...

—¿Qué favor, doctor Álvez?

—No puedo comentarte los motivos, pero necesita saber si su antiguo amante, Roberto Burán, es el padre de su único hijo. No me preguntes más, lo único que puedo asegurarte es que no quiere provocarle un perjuicio, sino obtener esa información, de relevancia para ella. La señora está distanciada de Burán, tuvo con él una íntima relación hace mucho tiempo. Sólo existe una manera de comprobar su paternidad: contar con una muestra de su semen para someterla a un análisis bioquímico. Preferentemente, habría que obtener espermatozoides correspondientes a una primera eyaculación. ¿Vas comprendiendo?

Alicia se quedó estupefacta.

—Doctor, no sé si estoy entendiendo bien. ¿Me está sugiriendo que me acueste con un desconocido para extraer una muestra de su esperma?

Álvez suspiró y simulando paciencia, prosiguió:

—Sé que no es nada agradable, tendrías que verlo bajo una óptica distinta. En primer lugar, estarías haciendo una verdadera obra de beneficencia: esta mujer sufre mucho, evitarás que siga torturándose.

Alicia no lograba comprender, todo le parecía una fantasía.

—No sé, doctor, esto me parece raro, muy extraño. ¿Quién es esa mujer?

—Estimada Alicia Sandrelli, te dije claramente que nada te podría decir. Tendrás que conformarte con la información que te estoy dando y con mi palabra. Ya te dije que nadie saldrá perjudicado.

—Lo que usted hace es despreciable, doctor. Sabe que estoy desesperada por solucionar el problema de Mabel. Lo que me está pidiendo es asqueroso, indignante. Todo esto es muy sucio, no confío en usted, me está ocultando algo malo.

Álvez comprendió que había exagerado, corría el riesgo de perder su carnada, decidió morigerar el planteo.

—Está bien, querida, escuchame, te voy a contar algunos detalles, pero me tenés que jurar que jamás lo comentarás con nadie. ¿De acuerdo?

—Sí —dijo Alicia.

—Bien —prosiguió Álvez—, entonces te voy a explicar... No es como vos pensás, lo que te pido es honesto. Mi amiga tuvo un hijo que quizás sea de Burán, es posible que no sea de él, ya que en la misma época tenía relaciones con otro hombre, su legítimo esposo. Esta señora, que ahora es viuda, tiene un cáncer terminal, con metástasis en todo el organismo; no sobrevivirá más de dos meses. Sólo quiere saber antes de morir cuál es el verdadero padre de su hijo. Únicamente obteniendo su semen podremos lograr la información que buscamos, ¿sencillo, no?

Alicia seguía desconfiando. Dijo:

—¿Por qué no habla ella con su antiguo amante y le pide colaboración?

El médico le respondió rápidamente, con una sonrisa:

—¡Pero querida!, ¡pensás que Roberto Burán es tonto! ¡Creés que se va a prestar a un análisis que lo puede comprometer! De ninguna manera. Además, no quiere ver más a mi amiga, su relación se cortó hace mucho tiempo. Por otra parte, tampoco ella quiere ver a Burán. Resumiendo, sólo con la ayuda de otra mujer, sería posible obtener la muestra seminal.

Alicia siguió interrogando:

—Pero, doctor, ¿cómo puedo saber que lo que me dice es verdad? No sé, no me gusta nada esto.

Álvez siguió tratando de persuadirla:

—Mirá, querida, ¿te parece que haría esta propuesta si se tratara de algo malo. No, creéme que no. Además podría buscar a otra persona de mi confianza, no a una desconocida. Te la transmito a vos, porque me parecés una chica sensible, atractiva. Yo te recomendaría que no le busqués tantas complicaciones al asunto. Necesitás solucionar tu problema; yo te libraré de él, sin cobrarte un centavo: ¿Te parece poco? La inquietud de mi amiga por saber la verdad ha crecido vertiginosamente en las últimas semanas: no quiere morirse sin conocerla, es su deseo póstumo.

Alicia preguntó:

—Si consigo la muestra y descubre que el padre es Burán, ¿se le formulará a él algún planteo?

Álvez manifestó:

—Mirá, económico seguro que no, porque mi amiga tiene una inmensa fortuna. Tampoco se lo dirá a su hijo. Él está convencido de que su padre legítimo es el que ya murió. Si le dijera todo, le provocaría un daño psicológico, ni siquiera pretende tener acceso a la muestra de esperma. Confiá en mi palabra...

Alicia dijo:

—Está bien, me parece lógico, estoy obligada a creerle. Bien, doctor, colaboraré, no me queda más remedio, las circunstancias no me permiten optar. Espero que si hay Dios, me perdone por lo que voy a hacer. ¿Cuándo tendría que cumplir esta tarea?

—¡Ah!, eso... Sí, es urgente —y sonriendo irónicamente agregó—: en esto, querida, vos tampoco tenés tiempo que perder, ¿no es cierto?, los dos tenemos una gran urgencia...

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónOctubre 2000
Colección RSSNarrativas globales
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