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Como el cielo los ojos

Paco 7

Edith Checa
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«—¡Eres un cerdo!, ¿cómo sé yo lo que haces cada noche? ¿Por qué he de creerme que te vas con amigos?, lo mismo tienes una fulana que te está esperando con los brazos abiertos y sin sueño y me estás poniendo los cuernos como se los pone Ramón a Carmen.

»—¿Pero tú crees que si yo te los pusiera te diría lo que te estoy diciendo? ¡Estoy delatando a un amigo!

»—Me importa un comino lo que hagan los demás. Somos una pareja y debemos estar juntos. ¡Estoy harta de todo! De estar sola siempre, de que despiertes a la niña tan tarde por culpa de tus juergas; de que la casa esté llena de mierda y no hagas nada,; de no saber donde estás cada noche y encima vengas a las cinco o las seis y ¡pretendas joder conmigo!

»—¡Ves, ves! Tú misma lo has dicho, intento joder contigo cada noche. ¿Sabes?, ¡si tuviera una amante a ti te darían por culo y no te pediría cada noche lo que te pido! No me humillaría cada noche pidiéndote un poquito de amor. ¿Crees que si tuviera una amante te necesitaría a ti? Ahí tienes, tú misma lo has dicho. Me voy con los amigos simplemente porque estoy aburrido. ¡Todos los días iguales!

»—¿Y crees que yo no? Si no te fueras de juerga cada noche nos daría tiempo a todo, incluso a hacer el amor cuando vengo de trabajar. Estoy destrozada. Esto no es un matrimonio, ¡es una mierda!, y no estoy dispuesta a seguir así... ¿Por qué te ríes?, ¿por qué te ríes?

»—¿Tú, hacer el amor cada día cuando llegas de trabajar? No me hagas reír, eres una frígida, no disimules, ¡eres una frígida!, aunque tuvieras todo el tiempo del mundo no harías el amor conmigo.

»Sonó el despertador. Marta corrió para apagarlo. Odiaba el sonido y también aquella situación. Se metió en la ducha pero él la siguió.

»—¡Vete de aquí!, voy a ducharme.

»—¡Claro, no vaya a ser que te pongas cachonda a esta hora de la mañana!

»—Escúchame, hijo de puta: no puedo ponerme cachonda con un tío al que odio cada día cuando llega a las cinco de juerga; que no hace nada en la casa; que maleduca a mi hija en muchos sentidos; no puedo ponerme cachonda, ¡no puedo desear hacer el amor con un tío que miente!, que me cuenta mentiras cada día por cualquier cosa. Ya no creo en ti, nunca podré creer en ti porque cada vez que abres la boca es para decir miles de mentiras, pequeñas y grandes. Tienes ese asqueroso defecto, nunca dices la verdad en nada, en nada, ni en las cosas pequeñas de cada día. ¡Yo no hago el amor con un tío que no me respeta!, ¡que nunca está conmigo!, que no sé de dónde viene, que prefiere estar con los amigotes a estar con su mujer, con el que no me comunico, ¡con el que sólo tengo tiempo de discutir!

»Marta se negó a seguir hablando. Dejó que el agua cayera en su rostro para relajarse. Intentó pensar en lo feliz que podía ser llevando a la niña a la guardería. Se imaginó recogiéndola sin problemas a las cuatro, y las tardes enteras para jugar con ella. A las nueve, cuando la acostara, aún tendría tiempo para estudiar, para leer, ver películas, oír música, charlar con amigas por teléfono y, ¿por qué no?, bajar, satisfecha, organizada y tranquila, la basura a las diez.

»—Yo no hago el amor con un tío que no es nada, o mejor dicho que es ¡basura!, que sólo es basura, y ¿sabes lo que yo hago cada día con la basura?, la tiro, la tiro antes de las diez y eso es lo que voy a hacer contigo, ¡y para siempre!

»Torimbela, la diosa resucitada.»

¿Tanto te hice sufrir, Isabel? ¿He sido tan hijo de puta contigo? Has reflejado muy bien las peleas, sí, así de desagradables eran y a veces más, mucho más. Recuerdo una noche, de esas que no querías hacer el amor conmigo al regresar de estar de juerga con mis amigos, un día ya separados me lo reprochaste, te violé. Yo no me acordaba, no sabía de qué me hablabas, pero es verdad, fue asqueroso. Te violé pero de la peor forma que se puede violar a una esposa, me dio tanta rabia tu frialdad, tu rechazo, que me masturbé delante de ti y mantuve tu cara firme con mi mano hasta eyacularte en los ojos que estaban ya plagados de lágrimas. Ahora me acuerdo, si, te violé de la peor forma que un canalla puede violar a una mujer. Veo cómo lloras encogida en la cama, limpiándote con la sábana porque te quedaste sin fuerzas para nada. ¿Dónde estaba la Isabel fuerte que me hubiera pegado dos hostias bien dadas? ¿Dónde estaba la dueña de sí misma, la dura? ¿Por qué te quedaste encogida llorando? Para mí hubiera sido más fácil aguantar tus gritos y tu ira. ¿Te destrocé, verdad? En el fondo no eras tan grande como aparentabas, ni tan entera, sólo una niña violada, herida, ultrajada, humillada, machacada por un cerdo como yo. Te pedí perdón muchas veces, lloré sobre tus lágrimas, te besé la cara sucia y no dejabas de llorar a gritos, desgarrada, encogida. Te pedí perdón miles de veces y no me perdonaste nunca, lo sé, aunque aún me diste otra oportunidad y otra más, y otra. El día de la basura no fue el último, ni tantos otros como me amenazabas, tardaste mucho en echarme de tu lado. Te costó porque me amabas y porque deseabas creer en mí, porque yo mismo quería creer en mí, y te convencía siempre. Te juraba una y otra vez que todo iba a cambiar, y yo lloraba tanto, te imploraba tanto, que siempre me ofrecías más oportunidades. Una y otra vez durante cinco años. Estoy llorando, ¿sabes?, hace mucho que no lloro. Isabel, ahora sí puedes verme desde ahí arriba; entrar y salir de mi corazón y de mi pensamiento cuando te dé la gana porque, como tú has dicho, estás fundida en el viento. Ya no necesitas explorar mi mirada para saber lo mal que estoy, lo mal que he estado sin ti tantos años; lo horrible que es no haberme entregado a ti, como tú querías.

«... como yo me entregué a ti desde el día en que nos casamos solos ante Dios. Me entregué sin resistencia, sin complejos, sin miedo; abierta en canal para ti, porque pensé que eras bueno, y me destrozaste. Destrozaste mi sonrisa tierna y llena de esperanza en la gente que tenía; la mirada limpia, ingenua, amante de todo lo que me rodea, sensible a todo lo que pudiera rodearme. ¿Dónde está mi risa, y mis besos, y mi mirada pura? ¿Dónde mi juventud perdida? Se quedaron en el mar donde tantas veces, unidos por las manos, dábamos vueltas y vueltas hipnotizada la mirada, olvidados del mundo; estarán en el cofre donde dormirán mis cenizas; están hoy en mi recuerdo, y mis recuerdos no me dejan respirar.»

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Copyright ©Edith Checa, 1995
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Fecha de publicaciónNoviembre 1998
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n052-p07
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