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(A) Diario

Rafa de Bofarull
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Quin­ce de sep­tiem­bre

Nudo en el es­tó­ma­go, an­sie­dad, ner­vio­sis­mo y li­ge­ra an­gus­tia. Quie­ro a mi mamá. Años mozos, cuna enooor­me, calor, so­na­je­ro, tengo ham­bre, lloro, aquí está la co­mi­da. No más preo­cu­pa­cio­nes, el alma no ato­si­ga. Y ahora, en cam­bio, seco, la­va­do y re­cién co­mi­do noto que algo duele entre las dos ore­jas. De­por­tes en el botón más gas­ta­do, a mamá le ha­bría gus­ta­do ver cómo se matan en ese campo verde con una pe­lo­ta como ex­cu­sa. Li­ge­ra co­rrien­te de aire en el to­bi­llo de­re­cho, lla­man a la puer­ta. No, no ne­ce­si­to nada, vá­ya­se a dor­mir, todo está en orden, sí, una tor­ti­lla y un yogur, bien, hasta ma­ña­na, si Dios quie­re.

El techo caerá un día, y no podré decir que no me ha avi­sa­do. En la os­cu­ri­dad siem­pre lo dice. Voy a caer, voy a caer. Cruje por la noche cada vez que el de arri­ba se gira en su cama. Bo­ni­to so­ni­do el de los mue­lles y las vigas. Es un aviso serio, pero a mí me en­tre­tie­ne cuan­do no puedo dor­mir pen­san­do en cuan­do ella es­ta­ba con­mi­go y no me fal­ta­ba de nada y me abri­ga­ba y con­ta­ba his­to­rias y yo obe­de­cía y no tenía que preo­cu­par­me. Un día caerá, y mo­ri­ré en­te­rra­do por las vigas can­ta­ri­nas y los pe­sa­dos pro­ble­mas de un ve­cino sor­pren­di­do en pleno sueño.

Habrá que bus­car tra­ba­jo, en el pote de la pi­mien­ta negra no que­dan más que cua­tro pe­rras, pi­mien­ta negra y hor­mi­gas rojas es­tor­nu­dan­do como locas. Pla­nes para ma­ña­na, para toda una vida: hacer la cama, bus­car tra­ba­jo, comer, bus­car tra­ba­jo, cenar, dor­mir.

Die­ci­séis de sep­tiem­bre

Esta ma­ña­na, des­pués de una noche de cinco se­gun­dos a con­tar desde que ca­ye­ron los pár­pa­dos, me he co­mi­do su úl­ti­ma tos­ta­da para desa­yu­nar, re­cuer­do di­ge­ri­ble. Día ur­bano, ni gris ni negro, con co­ches que van y vie­nen, todos en di­rec­ción con­tra­ria. He ido a ver si Lur­di­tas ne­ce­si­ta­ba para el ta­ller un huér­fano con oje­ras de luto re­cien­te. Y sí, car­gar cajas, pre­fie­ro las no­ches de se­gun­dos a los des­ve­los mu­si­ca­les, can­sa­do pero bien pa­ga­do. Mi ropa es di­fe­ren­te, no tanto como moho­sa, Lur­di­tas, sí, un mono azul de pana, en ve­rano calor, pero el resto ca­len­ti­to, y re­sis­te mucho.

Vein­ti­trés de sep­tiem­bre

Ya una se­ma­na, tengo las manos de ma­de­ra, he es­tre­na­do guan­tes. El di­ne­ro me llega pero no sobra, em­pie­zo a estar harto de nú­me­ro de lote y fecha de ca­du­ci­dad mirar en la base del en­va­se; ma­ña­na sá­ba­do al mer­ca­do. Me han re­ga­la­do cien­to vein­ti­dós lo sien­to chico era una buena per­so­na, a cien­to tres no los co­noz­co, salen de las som­bras a dar pé­sa­mes, bo­ca­na­da de aire, y a su­mer­gir­se de nuevo. Me paso el día preo­cu­pa­do por re­ser­var fuer­zas para poder mover la có­mo­da de la abue­la, que de noche si no está en­ca­ra­da al norte se en­mohe­ce de re­pen­te. El loro acep­ta su dieta de desa­yuno y cena, por­que el bo­ca­ta me lo zampo en el ta­ller. Por mu­chos gar­ban­zos que le ponga por la ma­ña­na, a la vuel­ta no que­dan más que las migas. Ha cam­bia­do de re­per­to­rio, la zar­zue­la ha muer­to, viva el cho­tis.

Hoy los cua­dros de mamá miran a la pared. Es el pri­mer paso. Y he de­ja­do la puer­ta de su ha­bi­ta­ción abier­ta, den­tro de un mes puede que me atre­va a en­trar, ne­ce­si­ta­ré es­pa­cio para la co­lec­ción de cuer­das que em­pe­cé ayer.

Tres de oc­tu­bre

Da gusto em­pe­zar la se­ma­na en lunes.

Cinco de oc­tu­bre

Em­pie­zo a pen­sar por mí mismo, ya me dijo mamá que lle­ga­ría este día. Des­pués de darle mu­chas vuel­tas, he en­con­tra­do la so­lu­ción a mi preo­cu­pa­ción por los tras­la­dos del mue­ble de la abue­la. Le he pues­to en las patas unas bo­ni­tas rue­das de plás­ti­co y metal, y ahora puedo mo­ver­la con un par de dedos. Ha subido la ve­ci­na de abajo, la de la ve­rru­ga en la ceja iz­quier­da, preo­cu­pa­da por no oir a las once el ruido de siem­pre. Hasta que no le he en­se­ña­do las rue­das no ha de­ja­do de arru­gar la cara y de mi­rar­me las ore­jas, em­pe­ña­da en que estoy en­fer­mo.

Doce de oc­tu­bre

He visto el Pilar por la tele, aun­que sin mamá no ha sido lo mismo. Ayer se cayó su re­tra­to de la sa­li­ta, qui­zás en­fa­da­do por estar de cara a la pared, y el cris­tal se rom­pió en mil pe­da­ci­tos. No lo he vuel­to a col­gar, y ahora des­can­sa en el al­ti­llo del co­me­dor, junto a sus enaguas y agu­jas de punto.

Trece de oc­tu­bre

Ya hace un mes que se mar­chó. Para ce­le­brar­lo, he va­cia­do su cuar­to y he col­ga­do las tres pri­me­ras cuer­das de la co­lec­ción, que hasta hoy es­ta­ban pues­tas de cual­quier ma­ne­ra en la ven­ta­na del pa­si­llo. Una cuer­da roja, una gris y muy grue­sa, y un trozo de cor­dón mi­li­tar, do­ra­do y con olor a im­por­tan­te.

Die­ci­ocho de oc­tu­bre

Hoy Lur­di­tas me ha lle­va­do al cine. Es­ta­ba un poco asus­ta­do, sobre todo cuan­do me han dicho que no po­dían dejar las luces en­cen­di­das mien­tras se pro­yec­ta­ba la pe­lí­cu­la. Es como la tele, pero no puede cam­biar­se de canal cuan­do te har­tas de al­gu­na es­ce­na. Me in­tri­ga el ta­ma­ño que debe tener el mando a dis­tan­cia con una pan­ta­lla así.

Die­ci­nue­ve de oc­tu­bre

El loro no es ve­ge­ta­riano. Ayer en­con­tré en la ga­le­ría un pa­ja­ri­llo que ha­bría en­tra­do por la ven­ta­na y no sabía salir, y lo puse en la jaula para que le hi­cie­ra com­pa­ñía al viejo char­la­tán. Esta ma­ña­na al ir a de­jar­le la co­mi­da y a lim­piar la jaula no he po­di­do en­con­trar más que un par de hue­sos mon­dos y li­ron­dos, y el loro mi­ra­ba al cielo y can­ta­ba

aquel viejo com­pa­ñe­ro de armas
que ya par­tió, que ya par­tió...
Vein­ti­trés de oc­tu­bre

Con la pen­sión que me dan por ser huér­fano sin madre me he ido a com­prar ropa con Lur­di­tas. Unos za­pa­tos, dos pares de pan­ta­lo­nes, una ame­ri­ca­na verde y un mono nuevo, del color de las cas­ta­ñas cuan­do se toman con cho­co­la­te ca­lien­te. Me cae muy bien esa chica, es in­te­li­gen­te y a mí me pa­re­ce guapa. Se preo­cu­pa casi tanto por mí como lo hacía mamá, aun­que sólo la veo du­ran­te el tra­ba­jo, y por tanto no puede ha­cer­me la cama ni pre­pa­rar­me las tos­ta­das para desa­yu­nar.

Trece de no­viem­bre

Dos se­ma­nas ho­rri­bles, con mu­chí­si­mo tra­ba­jo. Re­sul­ta que en la tien­da les hacía falta es­pa­cio, y des­pués de com­prar un pico y una pala me di­je­ron que ca­va­ra una es­pe­cie de cueva en el só­tano para poder am­pliar el al­ma­cén. Todo el día ca­van­do y tras­la­dan­do sacos de tie­rra me can­sa­ba bas­tan­te, y no tenía ganas para nada cuan­do lle­ga­ba a casa. El mue­ble de la abue­la se en­mohe­ció la se­ma­na pa­sa­da, por­que ol­vi­dé cam­biar­lo de sitio, pero gra­cias al cielo me di cuen­ta a tiem­po y pude sal­var tres ca­jo­nes y casi todo el resto, aun­que le han sa­li­do un par de bro­tes de li­mo­ne­ro que tengo que ir po­dan­do re­gu­lar­men­te. Ma­ña­na y pa­sa­do se de­di­ca­rán a apun­ta­lar lo que he ex­ca­va­do, y me han dado dos días li­bres para des­can­sar.

Quin­ce de no­viem­bre

Se acabó la fies­ta, ma­ña­na a tra­ba­jar de nuevo. La se­ma­na se me hará corta, cuan­do llega el jue­ves ya todo es cues­ta abajo. Un día cu­rio­so, los jue­ves. Es el día que más cuer­das en­cuen­tro en la calle, debe ser por eso de las mi­gra­cio­nes.

Vein­tiuno de no­viem­bre

Todos me fe­li­ci­tan por el buen tra­ba­jo del só­tano, y la ver­dad es que una vez apun­ta­la­do y con luz es hasta aco­ge­dor, hoy he se­gui­do pro­fun­di­zan­do, me han dicho que sobre todo no me des­víe, no me vaya a dar con el túnel del metro. Mamá es­ta­ría or­gu­llo­sa.

Ocho de di­ciem­bre

En los úl­ti­mos cua­tro días la tie­rra se ha ido ha­cien­do más y más dura, pero es cues­tión de darle más fuer­te con el pico y en­con­trar las vetas para hacer caer las pa­re­des en gran­des te­rro­nes gri­sá­ceos.

Diez de di­ciem­bre

Hoy do­min­go he in­vi­ta­do a Lur­di­tas a ir al par­que a es­cu­char cómo crece la hier­ba. Me ha emo­cio­na­do ver cómo se es­ta­ba allí quie­ta, con la oreja pe­ga­da a un gran brote verde y los ojos ilu­sio­na­dos por cada bos­te­zo del mismo. Me ha to­ma­do el pelo pre­gun­tán­do­me si no era mejor es­cu­char a los ár­bo­les, como si no su­pie­ra que tie­nen la cor­te­za tan grue­sa que no se oye nada. Des­pués me ha acom­pa­ña­do a casa, y le he en­se­ña­do mi co­lec­ción de cuer­das. Las que más le han gus­ta­do son las cuer­das cir­cuns­pec­tas, todas se­rias y pen­sa­ti­vas, y los cor­do­nes de za­pa­tos, al­gu­nos ya cre­ci­di­tos que debo en­ros­car para que no rocen el suelo.

Vein­te de di­ciem­bre

Hoy no he po­di­do se­guir ca­van­do. Me he dado con una pared de­ma­sia­do dura y me he ne­ga­do a con­ti­nuar. Con tanto polvo acabo su­cí­si­mo, y tengo miedo que al du­char­me todos los días vaya a des­ha­cer­me. Ya no vol­ve­ré al tra­ba­jo hasta enero, hay que dis­fru­tar de las va­ca­cio­nes de Na­vi­dad. Con lo que tengo aho­rra­do me iré a pasar unos días a la costa, quie­ro ver el mar.

Siete de enero

Unas va­ca­cio­nes es­tu­pen­das, creo que nunca me lo había pa­sa­do tan bien. He es­cri­to pos­ta­les a todo el mundo, y una larga carta a Lur­di­tas, que es­pe­ro haya re­ci­bi­do. Todo eso de los se­llos es com­pli­ca­do, pero acabé en­ten­dién­do­lo.

Me ha cos­ta­do bas­tan­te el tras­la­do de la ma­ro­ma que com­pré en el puer­to al ca­pi­tán de un trans­atlán­ti­co, mide un metro de diá­me­tro y pesa casi dos­cien­tos qui­los, será la es­tre­lla de mi co­lec­ción. Ma­ña­na a tra­ba­jar de nuevo, tengo ganas de ver a Lur­di­tas y a los demás.

Ocho de enero

No he po­di­do en­trar en el al­ma­cén, había un car­tel que decía que es­ta­ba pre­cin­ta­do por la po­li­cía, y en el ba­rrio nadie sabe nada. Ma­ña­na iré a la co­mi­sa­ría a ver qué es todo este lío. Echo mucho de menos a Lur­di­tas, es­pe­ro que no le haya pa­sa­do nada malo.

Nueve de enero

Me ha en­ga­ña­do. Yo puse toda mi con­fian­za en ella, le en­se­ñé mi co­lec­ción, e in­clu­so pen­sa­ba re­ga­lár­se­la el día de nues­tra boda. Por ella in­clu­so envié al loro en pa­que­te pos­tal a To­le­do, a que to­ma­ra unos baños, por­que ella decía que lo veía en­fer­mo. He so­ña­do mu­chí­si­mas no­ches con ella, le es­cri­bí una carta, y ella me ha en­ga­ña­do, me ha uti­li­za­do. Se ha apro­ve­cha­do de un pobre huér­fano con buena fe, que ha pa­sa­do muy duros mo­men­tos y que los ha su­pe­ra­do sal­van­do todas las di­fi­cul­ta­des. Llevo bien la casa, no me falta di­ne­ro, visto bien y soy tra­ba­ja­dor, veo la tele re­gu­lar­men­te y los zumos de limón del mue­ble de la abue­la me man­tie­nen sano y sin un solo cons­ti­pa­do. No sé qué es lo que le debo de haber hecho para pa­gár­me­lo así, pero no pien­so con­sen­tir­lo. Ma­ña­na mismo iré a la po­li­cía a des­ha­cer el en­tuer­to, no me he pa­sa­do yo tres meses ca­van­do para que pon­gan car­te­les con su cara para en­con­trar­la y darle a ella todo el mé­ri­to. Yo hice el túnel, y no ella. Y soy bueno, pero no tonto.

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Copyright ©Rafa de Bofarull, 1995
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Fecha de publicaciónMarzo 1997
Colección RSSComplicidades
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