Carlos Almira es un escritor notable. El conjunto de sus tres cuentos publicados hasta el momento es de lo mejor que he leído aquí en Badosa.com. Sólo comento las obras que me gustan, y sus tres cuentos me han gustado. Su escritura, nada aparatosa, es clara y expresiva (la claridad de la escritura suele corresponder a la claridad de las ideas), y la historia es irónica y sincera. Interesa el personaje, bien dibujado, interesa su destino, tan necesario e inevitable a pesar de las reflexiones. Presumo que el carácter del autor es idéntico al de su escritura (nunca un hombre es tan transparente como en el ejercicio de sus pasiones): media sonrisa, fuerte intuición, hedonismo tranquilo, progresiva renuncia a los prestigios de la pura apariencia. No temo equivocarme si aventuro que Carlos Almira es uno de esos escritores que aún rompe páginas, que no duda en recomenzar, que lucha con sus cuentos, que se acuesta con sus cuentos, que los pasea, amplía, reduce, y, sobre todo, simplifica. Lo cierto es que, a juzgar por lo que llevo leído de su obra, no arroja sus narraciones al azar de un desarrollo confuso y arbitrario ni a la indigencia de los desenlaces sorpresa (en el curso de la lectura, yo imaginé un par de esos finales torpes y fraudulentos y el autor, mágicamente, como si los presintiera, los sorteó ambos). En muchas ocasiones, el buen gusto en literatura está hecho de obviedades y sosiegos. Recomendable, no sólo este cuento, sino también los otros dos.