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MAR DEL PLATA Viernes, 21 de abril de 1989 Alicia se detuvo junto a la puerta del consultorio ginecológico de Esteban Álvez, nerviosa, angustiada. Sentía que algo desconocido, inquietante, quizás peligroso, la acechaba allí adentro. Vacilante, presionó el timbre. Necesitaba ayuda, no tenía opción... Estela Cáceres, una secretaria silenciosa y lúgubre, al servicio de Álvez desde hacía un lustro, la hizo pasar. Los ambientes eran sobrios y estaban decorados para agradar. Sin embargo, Alicia no se sentía cómoda. Había algo allí que la intranquilizaba, casi imperceptible, siniestro. Algo que le erizaba la piel. Alicia tiene veinticinco años y es espléndida, una de esas muchachas que calan hondo en los hombres. No despierta en ellos un deseo salvaje, ni una mera atracción física; genera sensaciones más profundas, moviliza tibias e íntimas fibras. Es una mujer que deja el sabor de su presencia en cada cosa. Verla partir, perderla, no poder asirla, tocarla, tan sólo acariciarla, puede ser doloroso. Bien lo sabe la pequeña y cálida Alicia y eso aumenta su mágico encanto. Corre por sus venas la fogosa sangre boloñesa de sus abuelos paternos y la noble castellana de los maternos; lo mejor de su ascendencia se sintetizó en Alicia. La miel de su cabello brilla tibiamente, se mimetiza con sus ojos; su imagen transmite una templada sensación de otoño, una pacífica unidad, una delicada armonía. De mediana altura, no es muy delgada ni tampoco exuberante, tiene pechos pequeños, pero turgentes. Reservada, de una dulzura infrecuente, de hipnotizante hermosura, es como un manantial de afecto, del cual resulta imperioso beber. Alicia es una de esas mujeres que saben que casi inevitablemente enamoran a los hombres. No es posible acercarse a ella y salir indemne. A pesar de ello, no es soberbia, ni superficial, ni vanidosa, sino profunda, sensible, melancólica... Odia juzgar a su prójimo, prefiere ser tolerante. Sus humanitarios sentimientos la inducen a prodigarse, a ser bondadosa.
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