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Cartografía de los límites

II

José Antonio Sainz
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CUANDO EL AGUACERO SE DESHACE,
el sol llena de minucias
los árboles despojados,
el cauce de las hojas,
las fachadas, los gestos de las nubes.
No es vida
lo que cobra
todo cuanto de golpe se ve iluminado,
sino algo distinto,
vigor o recuerdos,
deseos o expectación.
Entra en la cocina
y una luz revuelta
le detiene en el umbral.
EL PAISAJE ES SIEMPRE INMENSO E INALCANZABLE.
Los caminos, estrechos y sumisos.
Cada lugar acepta su orden.
El paisaje pertenece a la mirada
y los caminos, al instante.
Mientras dura su paseo,
su cuerpo respira
la soberbia de su propia rotundidad.
Al final del paseo,
al final de la tarde,
la mirada se hace borrosa
y el tiempo se precipita
hacia la calle
que le ha de disolver
SABE LO QUE AGUARDA FUERA.
Sabe que hay un más allá
y una línea divisoria
minúscula.
Nada es definitivo,
excepto lo que queda
al otro lado del umbral:
la última calle
desprendida de su infinito.
CONTRA EL TIEMPO NO CABE
más que la perplejidad de un suspiro,
una mirada sobre las ramas vacías
que resta cualquier trascendencia a una historia.
Cada año, los mismos signos
repiten la única verdad:
el calor de una casa para el invierno.
EL AIRE HA ALCANZADO UNA LIMPIEZA DESCONOCIDA.
Tampoco conseguiría el verano
que se restableciera la proximidad.
El canto de las chicharras
no se confundirá jamás con el sudor,
con el restallido seco de las pinochas.
El cielo higiénico,
la mirada líquida
desmiembran en el frío
los límites de cada forma.
REAPARECEN LOS MUERTOS
en los rostros de los vivos
cada nueva estación:
las arrugas de una sonrisa
convertidas en un perfil que se escapa,
la impaciencia antigua,
el resentimiento,
a veces un suspiro aliviado que sobrevive.
De los pinos
baja al cuenco del valle
una niebla tenue
que desdibuja la trasparencia del tiempo.
Casi puede engañar,
fingir que no sabe dónde ni cuándo
se representa una historia
que hasta hoy no importó.
Pero ya es otro tiempo,
otra estación,
y a partir de mañana
tendrá la ocasión de interpretar una venganza.
NO SOPORTA A LOS HOMBRES DÉBILES,
a los apáticos y silenciosos,
a los que se dejan vencer
poco a poco.
Soy un pequeño burgués,
piensa, alguien que no desea
mancharse las manos
ni la mirada.
Y se siente sonrojado y satisfecho.
De ser capaz de pensarlo
o del perfil de su imagen.
NI SIQUIERA EL INVIERNO
cierra las puertas al mundo.
Si acaso, la lluvia inesperada
pone una cortina al paisaje.
La carretera ha robado
la fascinación del mar.
Las gotas confunden las rectas,
las nubes oscuras se retuercen
en las jarcias de las laderas,
el horizonte registra
un punto de luz en el mapa.
Podría tenerlo todo en su mano.
Sobre la carretera resuena
la marejada invernal de los camiones.
EL CARTEL ENCENDIDO DE FUERA
acentúa su paciencia indiferente
bajo el sol de la tarde.
Dentro, la música
rasga el aire poco propicio
de las aceras del frío;
la decoración, abrumada de calor, bosteza.
El argumento es simple:
los clientes llegan,
se lavan en el aire,
ofrecen a la camarera
el misterio de sus vidas,
pagan y se olvidan en el taburete
el peso de sí mismos.
No existen razones, pecados, virtudes,
sólo el tiempo en una burbuja ensombrecida.
A nadie extraña su presencia,
sus minutos vacíos,
gloriosamente leves.
A nadie decepciona su miedo,
la desazón que tiñe su lentitud.
No puede hacer daño a nadie
que de nuevo se prorrogue la representación:
se acerca por fin hasta la barra,
pide otra bebida
y participa como un actor tímido
en la comedia de la rutina.
ANTES DE HABLAR APRENDIÓ
el idioma de insinuaciones
con el que hablan las cosas.
Se ejercitó en distinguir
de quién eran las pisadas,
a qué picaporte correspondía el chasquido,
si era urgencia u olvido
lo que arrastraban las zapatillas.
Conoce hoy, así, la distancia
hasta un objeto a oscuras,
si la puerta está abierta o cerrada
en mitad de la noche,
la vibración menuda de un televisor sin voz
al otro lado del pasillo
o la madrugada absoluta
en que se abrasan las conciencias.
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Copyright ©José Antonio Sainz, 2000
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Fecha de publicaciónNoviembre 2006
Colección RSSTrasluz
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