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Cartografía de los límites

I

José Antonio Sainz
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CON LA DENSIDAD DE UNA LEJANÍA ANTIGUA,
el lugar exacto,
la curva, la cuneta mellada
invadida por la maleza.
La misma densidad
de la tarde gris
que puede comprimirse
entre las manos.
Igual que esa densidad,
la tierra nunca apretada,
el yermo que sueña la reja,
el baldío sin amo del que nace
el poste carcomido del teléfono.
LAS DIMENSIONES DEL LUGAR
determinan los sentimientos.
Este cielo acorazado
reduce el tamaño de la noche,
hace extraña y salvaje
la oscuridad enredada
entre los límites y el tiempo remoto.
Los campos, los tejados
han dejado de respirar.
Por fin, una música despierta
y contempla en sus gotas menudas
la forma de lo irremediable.
POR LA MAÑANA
todo debiera de estar
en su sitio,
iluminado al menos,
recortado sobre un fondo revelador.
Trasnochar mezcla las perspectivas
y en el día aún quedan
porciones de sueños en los ojos.
No hay pasajes sin significado.
Quitarse un vestido lentamente
es un paso de danza;
una inflexión de voz
revela a las claras
los esfuerzos para alcanzar la orilla.
El sol destaca el perfil de los edificios,
las manchas verdes de los árboles.
El semáforo cambia
indiferente al domingo
en las calles sin tráfico.
EL GORRIÓN VIENE
del tejado,
invisible,
se posa
en las ramas casi desnudas
de un plátano,
frente a su ventana,
apenas visible
si permanece inmóvil.
Luego, el gorrión
cae al suelo,
invisible
entre las hojas secas.
SU PASADO APENAS TIENE SUSTANCIA.
Ni un drama ni una comedia,
ni el ejemplo sociológico de un instante,
siquiera.
Su pasado es oblicuo,
un poliedro de papel cebolla,
casi sin densidad, casi transparente.
Y, sin embargo, su peso
le impide entender el presente,
le impide ubicar una palabra en el porvenir.
Un pasado que apenas fue,
un pasado que no tiene historia,
un pasado que le cubre con su sombra.
EL OLOR SALADO Y TÁCTIL DEL CEBO
llenaba las sombras húmedas.
Un aspersor pulía cerca
el verdor de un campo de alfalfa.
La noche se estrellaba de pronto
contra la estación abandonada del tren,
por los senderos
en los que un ruido minúsculo
abría de golpe los ojos.
Caía sobre nuestra prisa inevitable
aún merendando,
con el botín a punto de hacer reventar la talega,
perdidos en la cartografía de miniatura
de un país inmenso.
Ya los últimos minutos
apurados a la noche.
Pronto, el almacén de la estación,
con sus tulipas rotas a pedradas,
se desvelaría en su amenazante soledad
de cigarrillos, carbones y palabras obscenas.
NADA DE CUANTO CONTEMPLA
existía antes.
Ni siquiera los hombres que cruzan
son los mismos.
Han desaparecido también sus recuerdos,
los paseos por la carretera,
la honda oscuridad de las noches.
A través de la ventana,
las últimas sombras
ceden despacio, apresuradas.
Y así, súbitamente,
amanece para el extranjero.
APAGA LA LUZ
y se ilumina la noche.
Desde su cama,
un gesto ha resumido
el día.
No puede dormir
en la oscuridad del silencio.
No podría dormir
con la habitación iluminada.
Enciende la luz
y el tiempo reinicia
el pasado.
RECIBE UNA CARTA
como un día de fiesta antiguo.
Descubre en ese trozo de papel
una vez más el alborozo
ante el prestidigitador
que baraja en sus manos el mundo
y acierta sin vacilar su nombre.
Abre la carta,
hace saltar ante sí
un mundo interpuesto,
pretérito y a la vez presente.
Se le diluye la conciencia
entre las líneas decididas
que ningún reloj puede medir.
Al guardar las hojas,
pliega la distancia,
la sonrisa, el cielo, la hora
y olvida en el sobre
la posibilidad de otra vida.
LA CALLE AÚN PREMATURA
se confunde con el camino de un bosque
por el que se pierden
los niños trágicos de los cuentos.
Respira el desequilibrio de un hurto,
la admonición del invierno.
Desde allí contempla
la blancura del pueblo,
mucho más blanco que entre sus calles.
En su luz presiente
la transparencia susurrada
de todas las historias.
DESPUÉS DEL TIEMPO ESPERADO
hay un hueco insomne.
Los rostros se repiten
lejos del cuerpo que les pertenece
y su mirada comprensiva
apenas explica la distancia.
Si el sueño al llegar curase,
si todo despertara en su ser.
Pero hay siempre un hueco que no duerme
y la noche sólo logra
difuminar algo más
la imprecisión de sus límites.
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Copyright ©José Antonio Sainz, 2000
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Fecha de publicaciónOctubre 2006
Colección RSSTrasluz
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