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«Caleidoscopio» y «En otro mundo» han sido incluidos en Antología impar, una selección de los mejores poemas de Badosa.com.

El mundo pudo ser una bella verdad

Parte IV

Juan Carlos Pajares Iglesias
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CALEIDOSCOPIO
(Soleá)
La bestia avanza tangencial
y mueve ajena
probabilidades vítreas
en el corazón del tiempo.
PARA SER UN HOMBRE A LOS HOMBRES
yo requiero, cientos, miles, que serán,
que fueron. Igual que aquéllos
a los hombres en horda yo rechazo,
para ser un hombre, no un dios
tremente que huye de los hombres,
que les teme. El hombre sin liturgias,
sacrificios, sacramentos, el hombre
único en el que viven otros hombres,
en los que vivió, en ellos vive.
El que acoge compasivo a un dios
huidizo, indigno, minúsculo y cobarde
que suplica, en el que no habitan
hombres ni dioses, que el sol no acaricia.
HABLA ENERO CON LOS LABIOS ESCARCHADOS
de la helada. Cuenta, entre bocanadas
de vaho que ascienden al cielo arrasado,
historias antiquísimas y nuevas
por ver si aún es capaz de conmovernos
—difícil es abrasar los corazones
encogidos en las entrañas del invierno—.
Pero habla Enero con su ritmo pausado
de elefante a los que quieran oír,
y éstos, por momentos olvidan raíces
muertas, aves emigradas, días eternos,
para sentir el pulso reanudado
que recorre el latifundio intacto
de la piel, sensible como un tímpano.
Hace quizá un milenio otro Enero habló
por la boca del frío, con otras palabras,
para decir lo mismo a aquellos
que quisieran oír, y hoy, me parece
notar cientos de pulsos extraños
en mi pulso, líquidas sensaciones
que a las mías vienen a sumarse, de pieles
que apenas reconocen la caricia, de cuerpos
que ya no son. Seré cauce
de vuestra sangre, terreno fértil
donde germinen vuestros abrazos,
hasta el día en que haya de viajar
mil años para ver florecer otro invierno
desde otro lugar, en otra piel.
ALZHEIMER
A Juan, desde el otro lado
No pasa la saliva. Hay en mi garganta
un dique insalvable de gelatina en crecimiento
—¿o acaso no soy yo el que tose y expectora?—
Si al menos supiera quiénes son estos
que sonríen y saludan desde los espejos...
—¿son caricias esto?— Gesticulan amablemente
pero su lenguaje torpe dice cosas
que no tienen en el rostro...
y luego esos ademanes analfabetos.
La casa es grande, sin solución de recorrido,
el pasado tengo detrás de los recodos,
—también me tiene él a mí—,
me quedo solo, a menudo, con mi flamante
futuro huérfano por delante.
Una mujer se empeña en confundirme
de modo que unas veces es mi madre
—la llamo de lejos cuando apenas comienzo
a subir la calle del naranjo y el aire
cítrico me traía el pan y el mineral—,
otras veces es una joven hermosa, intacta,
con un cachorro en el regazo,
que miraba con los ojos del norte.
Es muchas mujeres que ya no recuerdo,
pero la que prefiero es aquella, dulce,
de ojos claros —no conozco su edad—
que se sienta a mi lado y busca con sus pies
los míos mientras la miro,
y recita muchas veces seguidas
los números y los días de la semana.
EL RELOJ DEL SOLDADO
El reloj del soldado abraza sin holgura la muñeca.
Embutido en su correa metálica marca los turnos de vigilancia.
Empecinada palpita su pila minúscula,
inaudita e invisible entre morteros y lanzagranadas.
El reloj del soldado es preciso en el desembarco, frío
en la masacre y en la retirada, confiado y seguro
espera el fin del alto el fuego, embargos, bloqueos, la ayuda humanitaria.
El reloj del soldado marca horas extranjeras,
de manos limpias y estómagos nutridos, horas
previstas en la letra del derecho internacional.
Cronómetro del genocidio, fábrica de la historia,
báscula en campo de exterminio, cartógrafo de la derrota,
porcentaje del tipo de interés, cuenta atrás, deuda del progreso,
el reloj, asume apenas el pálpito, la arritmia del soldado.
EN OTRO MUNDO
Muéstrame el corte profundo en tu garganta,
los caminos apenas dibujados de tu cuerpo
que a las mismas cimas del dolor, ayer, te condujeron,
y acércame tus manos, inventario de la agonía.
Llévame hasta el lugar vergonzoso y humillante
donde magullan y fracturan tus carnes y tus huesos,
al campo devastado donde eres sólo sombra
y sumidero de parásitos, territorio de las moscas.
Déjame ver cómo se cuartea y descompone tu pellejo,
que tus ojos dirán al objetivo lo que nunca sabremos de ti.
Morirás feliz, mañana, en las primeras páginas.
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Copyright ©Juan Carlos Pajares Iglesias, 1997
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Fecha de publicaciónDiciembre 2000
Colección RSSBiblioteca J.C. Pajares
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