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La Campana Mágica S.A.

Capítulo XXXVIII

El esperado reencuentro de Clara con Pedro

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaEn un pequeño y acogedor barcito de la calle Jorge Luis Borges, frente a la plaza Serrano

Después de la cena, se quedaron descansando en el living y tomando varios cafés entre cuentos y bromas. El Zaragozano apoyó su mano izquierda sobre la cabeza de uno de los gnomos y palmeando su espalda de cerámica con la derecha, dijo:

—Mis queridos compañeros, es reconfortante veros jubilosos y unidos. A veces se necesita sufrir la adversidad para poder dejar de lado las pequeñeces. Solemos valorizar las cosas sólo cuando las perdemos o cuando estamos a punto de perderlas. Vuestro reencuentro me ha regocijado, Clara. Colijo que habéis comprendido que Pedro no es tan malo como suponíais. Hacéis una buena yunta; me place que hayáis dejado de reñir. Este zaragozano está exhausto, os dejo solos, hasta mañana.

Apenas Humberto Marcel se retiró, Pedro miró muy tiernamente a Clara, tomó su mano derecha y la besó suave. Fue suficiente para que ella sintiera que comenzaba a transpirar en forma apenas perceptible. Tuvo un impulso irrefrenable de abrazarlo, lo estrechó dulcemente, comenzó a rozar suaves sus labios con los de su amado; estuvieron algunos segundos mimándose de ese modo, hasta que el intercambio pasó a ser más profundo. Ella preguntó:

—¿Te gusta que haya venido a estar con vos aún sabiendo que es muy peligroso?

—Por supuesto que sí, me encanta que hayas venido. Sabés perfectamente que me enternecés, que te quiero de verdad, pero siempre me rechazaste.

—Está bien, lo reconozco, pero ¿toda la vida vas a seguir echándome en cara lo mismo? ¿Todavía no te diste cuenta de que la situación es diferente?

—Algo me imaginé. Siento que estás liberada, como si no estuvieras comprometida con nadie. ¿Puede ser que tenga algo que ver con tu novio?

—No estoy más con Julio. Hace un mes y medio que lo dejé; sólo podía pensar en vos.

—Aunque algo intuía, igual me dejaste casi sin habla, ¿qué pasó? Espero que no le hayas sido infiel...

—No seas malo, no jodas con algo tan serio. Pedro, ¿no te das cuenta de que me duele mucho? Fue muy bueno conmigo, siempre afectuoso y comprensivo. Durante casi dos años se bancó mis locuras y mis exabruptos. Pero ya no toleraba seguir con él; después de nuestro último encuentro no compartí ni un solo momento más. Le dije todo lo que sentía, comprendí que no lo amaba; pobre Julio, ni siquiera podía soportar que se me acercara.

—Al fin te diste cuenta, Clara. Lo venía presintiendo desde hace mucho... ¿recordás que te lo dije? Es cierto que opinaba en el aire porque sólo conocí a Julio, a través de tu propaganda. Siempre lo ensalzabas enfáticamente mientras a mí me flagelabas.

—Actuaba así para defenderme. Si hubiera bajado la guardia habría estado perdida. Vos te diste cuenta enseguida de que era así, de que estaba enamorada de vos. La verdad es que nunca dejé de amarte.

—Al principio lo presentí, pero cuando me repudiaste con insultos e hiciste el panegírico de tu novio perdí la confianza y llegué a pensar que no me querías. Me alejé para no sufrir más tu rechazo.

—No podía obrar de otra manera, no quería serle infiel a mi novio. Además, todavía no estaba preparada para dejarlo. Estaba confundida con respecto a mis sentimientos. Mezclaba cariño con amor, no distinguía bien lo que realmente sentía. A vos te veía como a un lobo estepario ávido de sexo, dispuesto a comerme las entrañas. Me dabas miedo, temía que me abandonaras de nuevo.

—Soy sincero con vos, mi querida Clara. Jamás quise devorarte. Sí pensé en saborearte, en recorrerte muy despacio, con extrema suavidad y ternura, explorando al detalle tus sitios ocultos; no te ofendas, pero es la verdad.

—Ahora que te enteraste de que no tengo más novio me mirás como si fuera una loba de tu manada, como si quisieras reafirmar tu liderazgo y saciar tus bajos instintos. Los ojos te brillan de un modo raro.

—Sos muy perceptiva; tenés razón, lo puedo sentir, me refiero a mis ojos, aunque no tengo un espejo a mano para contemplar mi transformación lobuna. No debería inspirarte temor, todavía estoy débil, es más, quisiera descansar unos minutos para recuperarme, estoy un poco mareado, si me acostara un rato se me pasaría, ¿no querés venir conmigo? Sería bueno que nos relajáramos un poco...

—Ya estuve viendo tu hermosa habitación. Tiene una espectacular vista al río. Esta noche hay luna llena, casi seguro se verá todo el paisaje; aunque me parece que a vos no te interesa mucho mirarlo... Está bien. Pasá vos primero que conocés el camino.

Faltó que la levantara en sus brazos, pero Pedro era conciente de su fragilidad. Su cuarto era magnífico. Como Clara lo predijo, desde sus ventanales se apreciaba un paisaje hechizante, la claridad de la luna lo iluminaba todo, en especial al río Panaholma que descendía canturreando por la cañada. Sólo el amplio lecho estaba envuelto en la oscuridad. Se recostaron despacio, como prolongando ese delicioso momento. Pedro besó suavemente sus labios, aspiró sobre su cuello. Una deliciosa fragancia de jazmín emanaba de la muchacha.

—Ahora que has traspasado el umbral de mi cámara nupcial, te advierto que mis intenciones no son nada buenas o mejor dicho para mí lo son demasiado. La más mínima licencia y estarás perdida, sin posibilidad de retorno al mundo civilizado. Ya lo ves, no puedo evitar aproximarme a vos. ¿Te molesta mucho que me esté volviendo salvaje?

—Para nada, querido. Ahora sé lo que sentís. Yo también te amo como nunca he amado a nadie, más de lo que hubiera jamás imaginado que podría amar. Deseo que seas muy feliz, te lo digo con el corazón. No hagas nada que no sientas, no tenés ningún compromiso conmigo. Sólo quiero disfrutar de tu compañía, compartir cosas con vos mientras tengas ganas de hacerlo. Me gustaría ayudarte para que recuperes la confianza; tal vez me puedas ayudar a superar mis conflictos internos.

Clara no pudo seguir. Pedro la abrazó fuertemente, tanto que ella se tuvo que apartar.

—¡Epa! Esperá un poquito, no me estás dejando respirar! No, no te alejes, seguí besándome... Buenísimo, me gusta el roce de tus labios. ¡Qué buena suerte! Es aún mejor que lo que imaginé..., no tengo que rendirle cuentas a nadie; espero que vos tampoco.

—Estoy tan solo como un oso polar y muy contento. Sentir cómo tus labios acarician los míos me sabe a milagro. Todavía no puedo creer que sea cierto, aunque estoy dudando. No sé si actuar espontáneo.

—No entiendo, Pedro, ¿qué duda tenés?

—Es que no sé si comportarme como el lobo hambriento en el cual tiendo a transformarme o como una persona respetuosa y educada. Mis impulsos me llevan a aproximarme a vos, seguramente querré comenzar a saborearte muy lentamente, pero no voy a comerte, sólo a paladearte. En mis desvaríos siempre imaginé que si lográbamos unirnos, tal maravilla se daría en un ambiente como éste, confortable, templado y a media luz. Por obra y gracia de no sé qué extraño hechizo pareciera todo dispuesto para que nuestra conexión sea sublime, a pesar de que confieso que necesito alguna mínima señal de aprobación para seguir avanzando.

—Por favor, Pedro, no seas respetuoso. Seguí tus impulsos, haceme cualquier cosa que te guste, te lo perdonaré todo. Portate mal, extralimitate, soy toda tuya. No te asustes si me ves un poco inquieta, como palpitante, diría. Sólo te pido que sigas actuando despacito, no es porque me vaya a resistir, es porque quiero adaptarme totalmente a vos. Me encantó el abrazo que nos dimos ayer cuando me recibiste en la entrada: sentí que eras mi hombre. No imaginé que intimaríamos en un lugar tan fascinante, es como un sueño poder compartir esta cama con vos, me parece el nido de amor más tibio y secreto del universo. Por favor, no dejes que se acabe esta magia. Nuestro mundo está en este refugio, es nuestro momento. Sigamos sin límite alguno, hasta donde queramos. Para dar marcha atrás siempre tendremos tiempo. Es maravilloso sentir cómo tus manos estrechan mi cuello, como explorás entre mis piernas..., es tan lindo, me hacés vibrar. Después de haberlo deseado tanto, quiero que esta noche no termine nunca. Me estás contagiando tu avidez lobuna. Yo también puedo ser peligrosa.

—No me intimides, Clara, por favor. No te olvides de que estoy convaleciente. Sigo teniendo fracturado el cráneo, mi pierna hace poco que cicatrizó... puedo salir huyendo. No creas que soy peligroso: soy humilde y delicado, dejá que siga yendo despacio. Confío en que cuando comience a degustarte sólo pensaré en disfrutar tus sabores y en aspirar tus perfumes. En el momento en que eso suceda, es probable que pierda toda inhibición, ya no querré despegarme de vos. Estoy disfrutando el camino hacia tus intimidades, si bien creo que tu camisa tiene demasiados botones... me gustaría ver lo que estás ocultando tras ella..., ¿es mucho pedir?

—Declaro solemne, arriesgando en ello mi condición femenina, que hoy me he prohibido de manera terminante establecerte limitaciones. Estás plenamente habilitado para avanzar sin pausa, considerate mi señor, serás siempre bien recibido.

—Es muy suave el territorio que ocultás debajo de tu vestido, no esperaba menos, aunque no hay sueño que supere a la realidad cuando a su vez ha sido tantas veces soñada. La textura de tu piel es tan tibia como un rayo de sol otoñal, el roce de nuestros cuerpos la ha humedecido.

Pedro se detuvo por un instante como quien se demora para contemplar una hermosa vista panorámica. Observó detenidamente a su bella y joven compañera. Volvió a aspirar profundo su exquisito aroma, acarició con su boca los labios de la muchacha, los saboreó lento, mordió su lengua con suavidad, besó su frente, rozó sus mejillas con su rostro y cerrando los ojos, dijo:

—Decime la verdad, Clara. Esto que nos está sucediendo, ¿no sentís como yo que es algo poético? Parece mentira que haya tantas personas que no puedan disfrutarlo de esta manera... ¿Sentís mis manos en tu espalda? Decime que te gusta, por favor. Ya no puedo detener mis caricias, me hace estremecer sentir la suavidad de tus labios, apenas frotártelos, sentir las estrías de tu boca húmeda y entreabierta, chocar en forma imperceptible con la blancura de tus dientes.

—Me encanta, Pedro, no te detengas. Estoy flotando, me estoy dejando llevar...

Siguieron deshojándose, hasta que nada artificial hubo entre ellos. Sus cuerpos desnudos se entrelazaban placenteros, cada vez más acalorados, húmedos y temblorosos. Cada contacto era algo único y emocionante, una inigualable mezcla de pasión y de afecto.

—Al sentir que estás ardiendo, más deseo explorarte... Es como si estuviera escalando la más hermosa y aromática montaña de la tierra, casi llegando a la cumbre, lamiéndote, midiendo tu contorno con mis manos, haciéndote temblar con mis palabras, hurgando en tus profundidades... Seguiré yendo despacio evitando el desborde; esto no debería terminar abrupto pero ya no me conformo con acariciarte; quiero más.

—Todas mis barreras han desaparecido, Pedro. Desde el mismo momento en que decidí venir a Panaholma, estuve dispuesta a entregarme a vos. Será maravilloso que seas nuevamente mi dueño.

—Abracémonos fuertemente, querida... hasta me dan ganas de creer en Dios.

—No seas tonto, ¿no ves que estoy llorando de emoción?

—Tus lágrimas tienen un sabor delicioso, Clara, me hace muy feliz que visitemos juntos el paraíso.

Cuando la fusión se produjo, experimentaron una sensación de éxtasis, participaron de una íntima apoteosis. Por obra y gracia de su conjunción, su condición humana había sido premiada con la inmortalidad; eran seres humanos elevados a la categoría de dioses, poseían un mundo celestial que les pertenecía en exclusivo, conformaban una sola esencia. Por unos momentos disfrutaron haber perdido su individualidad, una transformación transitoria pero impactante, un acoplamiento intenso, la sensación de haberse convertido en un ser diferente, producto de su unión.

Ambos sintieron que esa noche era la mejor de sus vidas. Antes y después de cada cópula se siguieron acariciando incansables, se prodigaron afecto ilimitado... Por fin estaban unidos.

—Valió la pena no perder las esperanzas —pensó Pedro.

—Qué hermoso sentirme parte de Pedro —pensó Clara.

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Fecha de publicaciónJunio 2013
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