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Fuera de compás

Capítulo 4

Ausencias perpetuas

Ana María Martín Herrera
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink MapaLas calles estrechas y silenciosas de Antón Martín, Madrid

La relación con Julio se ha estrechado. Hace cuatro semanas que lo conoce y ya se queda a dormir en casa. Julio y su mujer viajan y tienen un horario irregular debido a las agencias que poseen en distintos lugares y él sabe aprovechar esta circunstancia.

Lena se deja halagar por la admiración que él demuestra. Julio es un hombre sin defectos físicos, pero tampoco existe en él una cualidad que lo haga especialmente atractivo. Es de esas personas que parecen hechas en una fábrica de prestigio; alguien elaborado concienzudamente, con garantía de buen resultado. Tiene el pelo gris, un remolino en el flequillo y movimientos de deportista. Cuando acude a ver a Lena lleva ropa desenfadada y de buenas marcas. Daría la perfecta imagen de un profesional medio si no fuera por el cochazo que deja a buen recaudo en el aparcamiento de Santa Ana; el empleado siempre le encuentra plaza por más que esté completo. El atractivo de Julio está en un rasgo infantil de su actitud. Julio es un hombre niño y en el afecto parece que no ha rebasado la línea de los diez años. Eso es peligroso porque los niños no saben entrar en razones cuando termina el juego que los tiene entusiasmados, pero, por otra parte, ese comportamiento en apariencia ingenuo tiene el don de alejar las cosas serias, fastidiosas de la vida.

Julio ha mencionado a su mujer tímidamente, como advirtiendo de que no es libre. Lena ha sonreído para tranquilizarlo. No te preocupes —ha pensado—, eres tú quien no debe de tomarme en serio.

El amor hacia Julio no contiene nada especial, no se parece ni remotamente a una pasión, pero él intenta dar cariño y con los ojos cerrados siempre es agradable sentir unas manos en la piel, sobre todo, cuando está marcada por ausencias perpetuas.

A Lena le gusta el buen tiempo porque se puede dormir con la ventana abierta. Esta madrugada ha entrado de la calle una brisa que enfriaba el pecho y el vientre. Julio dormía abrazado a su espalda, abrigándola, y ese contraste entre el frescor del alba y la calidez del cuerpo del amante le ha producido un deseo tan potente de vivir que ella misma se ha estremecido.

Pero no va a dejarse arrastrar. Sabe que esas sensaciones son inasibles, espasmos efímeros que, todo lo más, impulsan a seguirlos buscando. Igual que cuando se le rompe la voz a un cantaor o ella hace un desplante que enloquece al público y lo obliga a regresar durante meses a la espera de que se produzca otro chispazo igual. Chispazo que no sirve para nada, pero crea adicción. De sobra sabe Lena que Julio no es ese hombre capaz de desincrustar la figura de una mujer de un bloque de piedra, pero se deja llevar como si lo fuera. No sabe bien por qué, quizá por cansancio.

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Copyright ©Ana María Martín Herrera, 2009
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Fecha de publicaciónDiciembre 2009
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