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Ella sólo quería estar desnuda

Capítulo XIII

Las dudas de la víspera

Andrés Urrutia
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Hernán sabe que de cualquier manera concurrirá a la cita. Parecería que el juego termina, que no habrá más cartas y que ahora le toca el turno a la realidad. Ése es su primer pensamiento luego de terminar la lectura.

Sin embargo, le vuelve a asaltar la idea de que todo puede consistir en una venganza de Mara, y esta cita el corolario de la misma. Ella podría estar completamente loca y querer matarlo. Por cierto que no en un lugar público. Pero es obvio que luego irán a un hotel y quien sabe lo que podría suceder en la habitación. Se imagina entonces diversas posibilidades en las que puede verse envuelto. Y como de una loca puede esperarse cualquier cosa bien podría ella pegarle un tiro, cortarle el cuello mientras duerme o mutilarlo con su boca. Se le ocurre también que todo el contenido de las cartas podría ser una invención y eso refuerza en su mente la idea de la venganza.

Sabe que los juegos eróticos y los pendulares abandonos son reales, pero ¿por qué deberían serlo el fingido intento de suicidio y las singulares aventuras que acaba de leer? ¿Por qué deberían serlo también esas insólitas confesiones de voluntaria esclavitud y pasión por la humillación? ¿Y si acaso el plan de que Mara habla es muy otro? ¿Si no es un plan para ofrecérsele sino para destruirlo, si en lugar de tratarse de una voluntaria renovación de sus cadenas lo que en realidad persigue no es más que cobrar viejas cuentas?

Hernán ve que piensa así porque en realidad no tiene certeza alguna de que lo que Mara relata en sus últimas cartas sea veraz. Perfectamente pudo haber perdido la razón, haber querido matarse realmente y que en verdad fuera obra de la casualidad, la fortuna o cualquier otra causa el hallazgo de Aurora. En este escenario el primer cuaderno es una carta suicida rescatada luego de frustrarse el hecho. Las ulteriores cartas son un escape terapéutico consentido por su psiquiatra y Aurora oficia en realidad como su enfermera. Se dice ante esta hipótesis que sería muy delgada la línea capaz de separar a la psiquiatra de un ser ignorante de los reales fines de Mara y a la «enfermera» Aurora de la figura de un cómplice.

Inmediatamente descubre que pueden existir también otras hipótesis. Si todo lo que Mara cuenta es cierto también puede ser un truco para recuperarlo. No es casualidad entonces que el primer cuaderno empiece pasando revista a los juegos sexuales que tanto les atraían y que la última carta contenga un ofrecimiento. ¿Qué hombre no desearía volver con una mujer a la que literalmente podría hacerle lo que quisiera? A la que podría humillar, abandonar, vejar, sin temor alguno a perderla. Y si entonces Mara lo que quiere es recuperarlo, volver a ganarse su exclusividad, ¿qué impide que le convoque a este encuentro furtivo y que paralelamente lo delate a Julia para que ella pueda constatarlo y así forzar la ruptura? Piensa que si es verdad la parodia del suicidio, Mara es también capaz de jugarle una treta por cierto mucho menos extraordinaria y propia de cualquier mujer despechada. Sabe sin embargo que una cosa sería indigna de la otra pero tampoco puede descartarla.

Por otra parte, si en verdad Mara es la abominación que dice ser, si ese desarreglo genético de que ella misma habla es más que una simple metáfora, sabe que nunca podrá eliminarla de su vida. Estará entonces condenado a ella como el carcelero lo está a cargar con su preso. Se pregunta entonces qué justifica esa carga y no encuentra qué responderse. Sólo atina a ver que podría ser atractivo. Piensa que puede continuar con su vida y disponer de Mara cuando y como lo desee, al fin de cuentas todos los hombres casados que conoce en algún momento de sus vidas han tenido una amante.

Al pensar así Hernán parece no ver lo que en realidad debe ver. Hegel escribió que el siervo se libera del amo tornándosele imprescindible aun cuando aquél piense que sigue ejerciendo su omnímodo poder. Llega un momento en esa interacción que está tan atado a su esclavo que éste ejercita también su dominación sobre el amo. El siervo se torna imprescindible porque es el único que puede colmar sus necesidades y así se libera. Ahora el prescindible es el amo y por lo tanto el inferior. Pero más que prescindibilidad lo que hay es un intercambio de papeles, los roles llegan a invertirse porque del mismo modo que el amo termina dependiendo del siervo, éste termina atado al poder que empieza a experimentar. Si el siervo se niega a trabajar gozará con el ruego del amo, pero si el siervo, en lugar de negarse se va, el amo no tendrá ya quien le ruegue o lo consienta y estará solo. Será un cuerpo solitario y el poder sólo puede concebirse cuando por lo menos tenemos dos cuerpos.

Hernán no extrapola esa dialéctica para aplicarla a cualquier tipo de necesidad humana y entonces como se dice comúnmente, erra el blanco, y por ello puede estar definitivamente perdido. Podemos pensar que no lo hace porque en realidad está siendo parte de ella y no puede verla operar, de la misma manera que un cuerpo que se mueve es incapaz de percibir su movimiento si carece de un punto de referencia.

Cuando llega a su casa y besa a Julia piensa en desistir de todo. Mientras bebe un whisky en el porche se determina por un momento a no concurrir a la cita; se dice que debe llamar a Mara en la mañana, cancelar todo y olvidarse del asunto. ¿Por qué ir? Se contesta a sí mismo que porque le excita la posibilidad de volver a acostarse con ella, de experimentar nuevamente los juegos que los unían. Pero ve también que quizás haya razones de mayor peso para no seguir avanzando. El temor lo asalta nuevamente. Y si en la misma habitación del hotel es ella la que se quita la vida, ¿qué hace él en esa situación? Ya comienza a imaginar que a pocos pasos de él extrae un revólver de su cartera y se descerraja un disparo en la sien. El inevitable escándalo llegaría a Julia y la perdería. Se vería envuelto en una situación vergonzosa y hasta comprometida si la policía llegara a pensar que él tuvo algo que ver en la muerte. Su hogar se destruiría y tal vez hasta perdiera su empleo. Al fin y al cabo logró cierta respetabilidad profesional con mucho esfuerzo y además está planteándose la idea de tener un hijo con Julia.

Pero a poco de meditar se dice que está paranoico, que se ha puesto a imaginar cosas absurdas porque en realidad lo que está haciendo es buscándose una excusa para no ir. Fuerza un poco más su autocrítica y se recrimina que el juego de las cartas lo sigue porque le resulta inofensivo y que ahora teme pasar a la realidad. Se autocalifica de cobarde y eso lo impulsa esta vez a aceptar la cita.

Ahora ve también que en ningún momento se ha sentido culpable pero que a ese sentimiento, obviamente oculto en su persona, se debe la imaginería absurda sobre una venganza sangrienta. Pero también ve que no está dudando en ir al encuentro de Mara porque se avergüence de lo pasado, porque no tenga valor de enfrentarla y por lo tanto de enfrentarse a sí mismo y a su condición, sino porque teme las consecuencias que ese encuentro pueda acarrearle. Y no piensa tampoco en que esas consecuencias repercutan en acentuar su culpabilidad, no teme el remordimiento sino que lo descubran, no teme el autoreproche sino que se trastoque la vida que ha conformado. Ni siquiera se puso a pensar en justificativos a eventuales reproches, y ve ahora que no lo hizo no tanto porque no pensara que debía justificarse cuanto porque no le importaba demasiado. Hasta ahora le bastaba para no autoacusarse demasiado las explicaciones dadas a Aurora en aquella rápida e improvisada confesión que hiciera en la confitería donde se encontraban. La reflexión le lleva entonces a preguntarse por qué volvía periódicamente a Mara. ¿Por qué la buscaba en esa especie de círculo vicioso? ¿Por qué la arrebataba de los brazos de otros hombres cuando se enteraba de que esos hombres existían?

A estas alturas no sabe si realmente la amaba o si ella exacerbaba en él una sádica soberbia que llevaba oculta y que ella sabía hacer aflorar. Ya completamente absorto se pregunta si no es él la abominación psicológica que hasta ahora daba por sentado era Mara. Como el problema le agobia en demasía renuncia a darse una respuesta y prefiere evadirlo. Considera inútil ese nivel de reflexión y prefiere dedicarse a evaluar los pasos a seguir en un plano más concreto, más real, que es el de las consecuencias de acudir a la cita.

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Copyright ©Andrés Urrutia, 1999
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Fecha de publicaciónNoviembre 2001
Colección RSSNarrativas globales
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