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Fecundación fraudulenta

Episodio 85

Ricardo Ludovico Gulminelli
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MAR DEL PLATA
Sábado, 24 de marzo de 1990

—¿Qué te parece, Julieta?, te gusta Agustín, ¿no?, un poco se parece a vos.

—Sí, papá, tiene dos ojos, vamos...

—Bueno, no dije que fuera exacto a vos, pero miralo bien, vas a ver que tengo razón...

Estaban en la casa de Roberto Burán; su hija había ido a visitarlo, pensaba que él estaba muy solo. Temía que la tensión padecida en los últimos meses pudiera afectar su equilibrio psíquico. Últimamente había estado decaído y eso, en su padre, era grave...

—Mira, papá, te estás convirtiendo en una nodriza babosa, ¿no se te está yendo la mano? Vos pasas de un extremo a otro, te va a hacer mal aislarte así.

—No es para tanto, ¡no exageres, Julieta! Hace apenas unos pocos días que se fue Rocío, un descanso no viene mal nunca. Es necesario cavilar un poco, dejar de vivir a mil por hora, ¿entendés?

—Sí, te entiendo, también te conozco... Esto no es para vos, te vas a anquilosar, necesitas afecto...

—¡Qué bien!, ¿a quién me vas a presentar?, ¿a alguna joven amiga?, no, gracias, ya aprendí bastante...

—No lo había pensado... Papá, ¡hablo en serio!, no te veo bien, estás muy solito... Escuchame, no hagas bromas con esto, quiero hablar con vos, ¿qué pensás hacer? ¿estás dispuesto a conversar conmigo?, no te quiero obligar.

—Está bien, no te preocupes... No estoy mal, ¿qué pretendías? Repentinamente, me veo obligado a cumplir el rol de nodriza, como vos decís... No fue porque yo lo quise, vos conocés la historia. Estoy asumiendo un deber, más allá de mis deseos, de mi ilusión de libertad. Lo cierto es que ahora no la tengo... Pero no te aflijas, ya voy a ordenarme, buscar que alguien colabore conmigo, alguna señora que pueda cuidar bien al bebé. Todo se irá encaminando, ya lo verás. Pero yo deberé estar presente, el chico me necesita, para él soy irreemplazable...

—¿Y la madre?, ¿no lo visita?

—Nada... Al principio parecía muy interesada en Agustín, lo veía con frecuencia, luego desapareció.

—Estará planeando algo, ¿vos que pensás, papá?

—No tengo idea, me da la impresión de que optó por el camino más fácil: olvidar a su hijo... Tratará de evitar el dolor imaginando que Agustín no existe.

—¿Puede ser tan maldita?, ¿hasta ese punto?

—Lo que hizo conmigo, ¿no fue suficiente, Julieta? ¿Qué pretendías de esta mujer? Ella no admite jugar en segunda categoría, quiere tener el control del niño. Sabe que conmigo en contra, le será imposible, que seré implacable con ella. Jurídicamente, ha quedado en inferioridad de condiciones. Sólo podría aspirar a unas migajas del cariño del chico, arrepintiéndose, obrando humildemente. Eso le cuesta mucho hacerlo, es demasiado altanera.

—Puede ir a la cárcel, ¿no?

—Seguro que puede: tanto Álvez como ella, están excarcelados bajo fianza. Pero estoy seguro de que resultarán condenados, toda la prueba los implica. El doctor Dickinson y dos personas de su estudio reconocieron a Esteban Álvez como Eulogio Farías. Quedó claro que él lo planeó todo, que se asesoró jurídicamente para estafarme. No puede explicar el sentido de las anotaciones que hizo en su agenda, en ella reconoce haber inseminado a Juanita. Ni cómo llegaron a su poder mis espermatozoides, que depositara en el laboratorio. ¿Sabés con quién los llevo allí?

—¿No me digas, papá?, ¿con Juanita?

—Exacto, la reconoció el gerente que los había recibido a los dos. Eso y la designación de tutor a favor de Álvez la involucra. Confío en la justicia, los jueces no son estúpidos.

—Vos siempre decís que el poder judicial está mal, ¿cambiaste de opinión?

—No, está como todo el país: es un desastre, pero dentro de todo, de lo estatal, es lo mejor que tenemos. No entiendo cómo no se vino más abajo... Con estos sueldos, este manoseo para nombrar los jueces, para removerlos. Hay algunos que tienen una real vocación. En fin, espero que conmigo sean justos, otra cosa no puedo hacer. No pienso buscar justicia por mi propia mano. En cierta medida ya estoy conforme: pude impedir que se quedaran con el bebé, que se enriquecieran a mi costa, ¿te parece poco?

—Pero si salen absueltos, ¿qué puede pasar, papá?, ¿te podrían sacar el chico?

—No lo creo, Rocío tampoco; la maniobra de ellos ha quedado patentizada, tuvo difusión, la comentó toda la ciudad. ¿A vos te parece que un juez local le daría la tenencia a Juana?

—No sé, papi, no tengo la más mínima idea.

—Bueno, espero que yo sí, no me gustaría equivocarme en esto. Me parece que no tienen chance: habrá mil excusas para rechazar cualquier pretensión de Juana Artigas. Además, Agustín está conmigo; será casi imposible que me lo arranquen una vez que se haya acostumbrado a mí. La asesora de incapaces se pondría como una fiera, más estando convencida de la verdad.

—Por eso estás tan tranquilo, ¿no?

—Con respecto a la tenencia, sí. Pero además de cuidar al bebé, debo tener una vida ejemplar. Ellos podrían usar cualquier escándalo en mi contra, no debo correr riesgos. Este consejo me lo dio muy especialmente Rocío.

—¿No la viste más?

—Hablé con ella por teléfono, muy cariñosamente... Es una mujer extraordinaria, valiosísima.

—Pero vos estás aquí y ella en Buenos Aires, ¿por qué?

—Porque la realidad es dura, Julieta. Ella está viviendo un renacimiento espiritual, está aprendiendo de nuevo a vivir, a sentir. Comprendió hace poco que dejó de lado cosas fundamentales. En su juventud no se atrevió a querer, a entregarse. Está arrepentida, quiere recuperar el tiempo perdido. Yo no soy un programa atractivo ahora, ¿te imaginás a Rocío, abandonándolo todo, sus actividades, su familia?, ¿criando a un bebé ajeno? No se lo pediría, no es para ella, no al menos en este momento.

—Eso, ¿te lo dijo Rocío?, o lo inventaste vos...

—Me lo dijo ella, en cierta forma... Los seres humanos somos muy complejos, ella me quiere, a su modo. Yo le serví de plataforma de lanzamiento, salió de su encierro afectivo, pudo sentirse mujer...

—No es poco, papá, ¿no te parece?

—¡Ojo!, no pienses que yo soy un salvador de almas perdidas. Fui un mero accidente, una especie de catalizador. Favorecí su cambio sin intervenir demasiado. La verdad es que la revolución ya estaba en marcha antes de que me conociera. Rocío había comenzado a entibiarse hace mucho tiempo... Eso lo vi claro, desde el primer instante...

—Yo no pienso que seas un salvador, pero tampoco creo que hayas sido para Rocío un elemento intrascendente...

—No te estoy vendiendo ningún buzón: ella no me dijo nada de continuar lo nuestro. La última vez me confió que se sentía muy feliz, aunque me extrañaba un poco. Ha cambiado de ambiente, está más abierta al mundo. Se merece la más completa felicidad...

—Y vos, ¿la extrañás?

—Bueno, sí... Fue una fantástica relación, jamás la olvidaré.

—¿Pero la querés, o no?

—¡Qué sé yo!, ¡qué querés que te diga! Las respuestas no son blanco o negro: a veces hay muchos tonos de gris.

—No me vengas con metáforas, papá. ¿No querés decírmelo...?

—Es que no estoy acostumbrado a que me interrogues así, presionándome. Noto algo raro en vos, ¿qué te pasa?

—Nada, papi, ¿vos qué pensás?

—No sé, Julieta, no te estoy ocultando nada... Bueno, algo sí, la verdad es que pensé muchas veces jugarme por Rocío, tratar de conquistarla definitivamente, pese a su resistencia... Lo tiene todo, no podría pretender más. Sé que nuestra adaptación sería muy complicada, pero no imposible, podríamos mantener un vínculo basado en la mutua libertad.

—¿Entonces? —dijo Julieta que sonreía irónicamente.

—Entonces, ¡nada!, ¿por qué te sonreís? Es como si la inseguridad de Rocío se me contagiara. Tal vez sea por eso que no me decido: hay como una barrera, un obstáculo que no puedo salvar.

—Yo sé cómo se llama esa barrera...

—¿Ah sí?, ¿cómo se llama, a ver?

—Alicia, papá.

Un prolongado silencio siguió a esta afirmación. Roberto se quedó mudo, sin saber qué decir. Finalmente expresó:

—Julietita, estás viendo muchas telenovelas: la vida no es tan romántica. Ignorás muchas cosas. Alicia no es para mí. ¿Te olvidaste de que le llevo veinticinco años?, ¿escuchaste?, ¡veinticinco! No le convengo, menos ahora, con un bebito tan chico... Además, hay muchas cosas dolorosas en nuestro pasado, heridas que no cerrarán jamás. Es absurdo, ¿te imaginás?: cada vez que viera a Agustín, lo recordaría todo. Mirá, dejála en paz a Alicia, ¿querés? Ya debe de estar bien acompañada, con un muchacho de su edad...

—Está bien papá, pero es una lástima...

—Una lástima, ¿qué?

—Que se vaya...

—¿Quién, Julieta?, ¿a quién te referís?

—A Alicia, claro, te está esperando...

—¿Cómo?, ¡¿qué me está esperando?!

—¿No escuchaste bien, papi?

—¡Sí!, digo... ¡no!, ¡aclarámelo, dale!

—Te dije que Alicia te está esperando.

—¿Ahora mismo?

—A ver, papi —dijo la adolescente sonriendo y mirando su reloj—, ¡sí!, te esperará exactamente quince minutos más...

—Pero, ¿dónde?, ¿cómo?

—En cuanto a dónde, en la Confitería Plaza, que está en la rambla... En cuanto al cómo, menos sabe Dios y perdona...

—Pero, ¿qué haré con Agustín?

—¿Y para qué te crees que vine a visitarte?, ¿para verte a vos?, no sos tan interesante...

—Bueno, Julieta, pienso que debo ir, ¿no te parece?

—No sé, vos sabrás, ¿estás nervioso, che?

—¿Se me nota?, ¿después de todo es lógico, no?

—No sé, papá, según lo que vos sientas...

Otra irónica sonrisa, afloró en los labios de Julieta.

—Bueno, me voy...

—¿No te sacarás las pantuflas? No van con tu imagen de playboy.

—Tenés razón, no me dí cuenta, teneme a Agustín... Trataré de venir pronto, ¿hasta cuándo me podés esperar?

—Bueno, son las seis de la tarde, no mucho más... Digamos, ¿hasta las doce del mediodía?

—¿Tanto?, ¿qué vas a hacer, cómo te las vas a arreglar?

—Todo está fríamente calculado, doctor Burán, quédese tranquilo. Agustín dormirá esta noche conmigo. Una amiga mía vendrá a darme una mano. Todo estará diez puntos, despreocupate.

Roberto abrazó emocionado a su joven hija, besándola dulcemente. Le dijo:

—Te quiero mucho, gracias...

—Ojalá seas muy feliz, papá.

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónAbril 2001
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