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Fecundación fraudulenta

Episodio 42

Ricardo Ludovico Gulminelli
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMar del Plata, Playa Grande

Roberto cerró los ojos, lo estaba invadiendo una creciente desesperación, se sintió abrumado por los acontecimientos, su propia hija, lo que más quería en el mundo, podía ser víctima de su ingenuidad. Restregándose el rostro con ambas manos, manifestó:

—Muchachos, como ven, necesito que me ayuden, se los pido por favor, estoy muy preocupado, la situación creo que se puede poner muy grave. Hay antecedentes jodidos, algo que deben saber. Álvez me odia. Hace tres años, representando a una clienta, le gané un juicio multimillonario. Cumplir la sentencia y pagar los honorarios le costó una fortuna. Casi se funde, estaba enardecido, quiso golpearme, me amenazó, diciendo que me arrepentiría de lo que había hecho... Yo no le di importancia, no pensé que hablara en serio. Esteban Álvez aparentemente no necesita dinero, quizás la principal motivación que tiene es la venganza.

—Entonces es más riesgoso aún —dijo Fernando.

—Efectivamente —contestó Roberto—, por eso es que tengo que pedirles algo... Todavía tengo que pulir la idea, ya que recién hoy me he puesto a meditarla. No puedo dejar que estos delincuentes me estafen impunemente y menos que bailen sobre mi cadáver o el de Julieta. Dadas las circunstancias, estoy obligado a proceder rápidamente, para desalentar cualquier conspiración en mi contra. Del mismo modo, debo prever qué pasará, si consiguen liquidarme para heredar. Es claro que alguien que sobreviva, deberá hacerse cargo. Chicos, perdónenme por esto que les voy a pedir, ustedes son las personas en las cuales más confío, los hermanos que nunca tuve. Sé que son gente buena, pero también sé que no consentirían que estos canallas se lucren con el crimen y con la muerte de mi familia. Necesito que alguien se ocupe, si fallezco. Lo que momentáneamente se me ocurre es lo siguiente: dejar cien mil dólares depositados en la escribanía de Antonio que podrán ser retirados por cualquiera de ustedes indistintamente. Si llegara a pasarme algo extraño, si llego a morir en una forma violenta o sospechosa, si algo similar le pasa a Julieta, les pido que usen los verdes para liquidar a Álvez y a ella, una vez que haya dado a luz. Respecto del chico, cuiden que no le falte nada. Yo haré un testamento para que puedan manejar mi herencia; ustedes hagan un contrato con algún matador profesional, no dejen que Álvez y Juana tengan éxito. Perdonen que les hable así, ya sé que es una barbaridad pedirles que ordenen un asesinato... Pero lo hago concientemente, no es imprescindible que los tres estén de acuerdo. Cualquiera de ustedes individualmente podrá retirar el dinero y obrar del mejor modo. Confío plenamente en ustedes, nunca voy a volver a tocar este tema, ni nadie más que nosotros lo sabrá. Sólo les pido una respuesta, si no están de acuerdo, díganmelo, para que pueda suplantarlos. Al escribano le explicaré que la suma depositada les pertenece, que me pidieron la dejara en su nombre. En consecuencia, no podrá probarse ninguna relación entre ustedes y yo. Sé que cien mil dólares es muchísimo dinero; si no necesitan gastarlo todo, regalen el resto, hagan lo que quieran, no me importa. Espero contestación...

Los tres callaron, durante unos segundos no supieron qué decir.

—Contá conmigo —expresó finalmente Adolfo.

Federico apoyó una mano en el hombro de Roberto y se lo apretó, asintiendo con la cabeza.

—Espero que no sea necesario —musitó Fernando—, pero te aclaro, solamente lo haré si no tengo dudas de que fueron ellos...

—Gracias, chicos —dijo emocionado Roberto—, dejo a su criterio la forma de actuar y la decisión de hacerlo. Con respecto a lo que decís vos, Fernando, si tienen dudas, ustedes sabrán... Pero si no es razonable tenerlas, por favor, procedan eficazmente.

—Quizás estamos siendo demasiado pesimistas —opinó Federico—, tal vez no se animen a cometer tantos crímenes.

—Por mi parte —anticipó Burán—, les voy a advertir a Álvez y a Juanita que he puesto precio a sus cabezas. Le comunicaré a este matasanos que el primer interesado en cuidarme debe ser él. Creo que si es perspicaz, que lo debe ser, no se va a mandar ninguna joda más. Tiene que saber bien cuáles son los límites que voy a tolerar, algo me debe conocer... Este mal parido está jugando con cosas demasiado importantes. Tengo que decidir rápidamente qué es lo que haré con mis bienes. Es muy posible que venda todas mis pertenencias para bajarles las pretensiones a estos malditos. Cuando vean que no tienen de dónde agarrarse comprenderán que no es tan fácil estafarme. Si pongo la plata en cuentas secretas en el exterior, Julieta estará cubierta.

—No te apresures —aconsejó Fernando—, hacer eso te saldría una fortuna en impuestos y honorarios de escribano, además tendrías que malvender los campos. Sin descartar tu idea, no te olvides de que tenés que tener las ideas claras... No te dejes llevar por la bronca ni por el temor. Tenés que estar dispuesto a manejar las cosas fríamente; quizás te convenga dialogar con estos miserables.

—Está bien —dijo Roberto—, por eso quiero que colaboren conmigo. Para que me aconsejen bien, para que no me dejen hacer más estupideces. Haré todo lo que sea conveniente, pero les juro que cuando pienso en la probabilidad de tratar con estos hijos de puta me hierve la sangre. Quisiera destruirlos, darles su merecido.

—De todos modos me parece que no debes descartar ninguna eventualidad —opinó Fernando—. Si te ves perdido, tal vez resulte conveniente transigir.

—Mirá —dijo Roberto—, que no jodan demasiado: ya se les fue la mano. Tengo miedo de perder la cabeza y hacer yo un desastre.

—Tené cuidado —insistió Fernando—, vos no servís para eso. Además, que harías, ¿matar a tu propio hijo?

—No —dijo Burán—, pero a ese fascineroso de Álvez, tal vez sí lo merecería.

—No hay duda —dijo Federico—, pero no te enloquezcas. Hay que pensar que lo mejor que podemos hacer en este momento es utilizar al máximo nuestra inteligencia. No te desesperes, si te enfurecés cometerás más errores. Vos bien sabés que ése no es tu estilo...

Roberto contestó:

—Está bien, de acuerdo, pero quisiera saber qué harían ustedes en mi lugar.

—¡Imposible! —exclamó Adolfo sonriendo—, nosotros no tenemos tu suerte, somos casados, ¿no sabés que no podemos tener relaciones con otra mujer que no sea nuestra esposa?, ¿cómo osás hacer tal pregunta?

—¡Búrlense no más! —dijo Burán haciendo un gesto de resignación—, recuérdenme lo boludo que he sido... Hacerme el playboy me va costar que me enchufen un pendejo que no tuve voluntad de concebir; que me tenga que bancar a la hija de puta de su madre y además que me hagan un agujero en el patrimonio. Todo esto, sin descartar la posibilidad de que nos revienten a Julieta y a mí, una maravilla, ¿no?

—No le hagas caso, Robi —contemporizó Fernando—. Che, ¡Adolfo!, creo que no es momento de hacer chistes, ¿no te parece?

Federico, sin darle trascendencia a la ironía de Adolfo, interrogó:

—Decime, ¿tuviste algún tipo de contacto con ellos?, ¿no te sugirieron alguna forma de diálogo?

—No —dijo Roberto—, el único elemento que tengo es la carta-documento que ustedes conocen. Aparentemente deberé tratar con el doctor Allegri. No creo que conozca la verdad, seguro que lo mandan al frente, luego de convencerlo de que defiende una causa justa. Me llama la atención que antes de remitirme la carta no haya tratado de comunicarse conmigo por teléfono. De todos modos, voy a tener que conversar con él, quizás también esté metido en la defraudación. Después ya veré que pasa; si se han arriesgado a estafarme de este modo, debemos pensar que pueden ser capaces de cualquier aberración. Aunque ignoro cuáles van a ser sus pretensiones, tengo el triste presentimiento de que serán desmedidas. No pienso ceder ante sus presiones, además, convenir con ellos una solución no me dará ninguna garantía.

—¿Por qué decís eso? —preguntó Adolfo.

—Muy simple —respondió Burán—, en primer lugar, no debemos olvidar que Juanita Artigas está representando a mi supuesto vástago. Por ahora se trata de una persona por nacer, pero cuando venga al mundo, si prueba que es mi hijo, tendrá plenos derechos. Juana Artigas no podría reclamar nada para ella, pero sí para el chico. La ley protege cuidadosamente al menor, ustedes saben que es así. Estaré obligado a asegurarle el sustento y la atención de sus necesidades básicas. No podré eludir pagar una cuota alimentaria; la fijarán en una suma importante, ya que ahora mi patrimonio es muy grande y este derecho a los alimentos es irrenunciable.

—Sí —dijo Federico—, es muy claro que la madre no podrá realizar ningún tipo de negociación que perjudique al menor. Además cualquier arreglo tendría que estar autorizado judicialmente, con previa intervención de la Asesoría de Incapaces.

—Claro —acotó Fernando—, yo te recomendaría que tomes muchas precauciones. No vayas a llegar a un arreglo, sin intervención del juez y de la Asesora, de lo contrario el acuerdo podría ser declarado absolutamente nulo.

—Exacto —suspiró Roberto—, se darán cuenta de que cualquier arreglo en este asunto, por más que me ofrecieran uno muy atractivo, es prácticamente irrealizable. Me podrían prometer el oro y el moro, pero siempre el chico tendría derecho a pedirme que reconozca ser su padre y a reclamarme todos los beneficios que la filiación implica para él. Este derecho no es renunciable, así que es imposible limitarlo de algún modo.

—Sin embargo —dijo Fernando—, no me parece fácil que te imputen un bebé. Tendrían que demostrar tu paternidad, ¿cómo van a hacer para comprobarlo? Si mal no recuerdo, las pruebas médicas solamente podrían servir para demostrar que vos no podés ser el progenitor, pero serían insuficientes para afirmarlo, ¿me equivoco?

—Cuando estudiamos nosotros era así —informó Federico—, pero ahora ya no. Ha habido una gran evolución, la ciencia ha avanzado, ahora hay métodos muy precisos. Aquí se habla mucho de estas cosas, no olviden que en la Argentina ha habido muchos desaparecidos. Está lleno de abuelas, abuelos, tíos y hasta padres que buscan hijos cuyas madres fueron muertas en la época de la represión. Estuve todo el día estudiando este problema, me llevé una gran sorpresa. Hay una enorme cantidad de trabajos doctrinarios y una copiosa bibliografía científica sobre las pruebas biológicas. Yo recomiendo que Roberto se asesore con el estudio que esté más capacitado sobre el tema.

—¿Cuál es? —pregunto Burán expectante.

—Creo que el de Armendariz-Bareilles, de la Capital Federal —contestó Federico—. Yo puedo vincularte a él.

—Mañana mismo —dijo Roberto esperanzado.

—Bien —asintió Federico.

Fernando insistió:

—Que yo sepa, nadie puede ser obligado a someterse a análisis bioquímicos, ¿me equivoco?

—En principio, yo diría que no... —dijo Federico—. Al menos eso me parecería lo más correcto jurídicamente. La Constitución Nacional establece que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo. Pero después de leer una ley que se dictó en el año 1986, estoy obligado a opinar de otro modo.

—¿Qué ley es esa? —dijo Roberto.

—Es una que se dictó para paliar las consecuencias de la represión militar —continuó explicando Federico—, o sea la gran cantidad de bebés que fueron arrancados de los brazos de madres presuntamente subversivas. Se dispone la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos. Tiene por finalidad obtener y almacenar la información genética de familiares de niños desaparecidos o presuntamente nacidos en cautiverio. Se persigue facilitar su identificación, si es que fueran hallados. La ley que les menciono establece que la negativa del supuesto padre a someterse a los exámenes y análisis que determinan la filiación, constituirá indicio contrario a su posición. Como ven, la renuencia de Roberto, en este caso, generaría una presunción en su contra. Negarse a las pruebas biológicas, sería fatal para él.

—Pero, ¿no sería inconstitucional esta norma? — interrogó Adolfo.

—Permitime que tenga mis serias dudas —dijo Federico arrugando la nariz—, no me arriesgaría a negarme a la prueba, a menos que supiera que el resultado me va a perjudicar.

—Ése es mi caso —acotó Roberto—, aunque si me opusiera a someterme a los análisis, quedaría en evidencia... Yo quisiera encarar el asunto frontalmente, decir la verdad, que el juez se dé cuenta de que realmente fui defraudado...

—¿Cómo pensás probarlo? —cuestionó Adolfo—. Con el testimonio de tu amante no será suficiente.

—No sé cómo —respondió Burán—, realmente no lo sé... ¡Algo tengo que pensar! —expresó escondiendo el rostro entre sus manos...

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Copyright ©Ricardo Ludovico Gulminelli, 1990
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Fecha de publicaciónEnero 2001
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