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Miramar

La gesta del Pez

Ezequiel y Yeie-Sbi, la ilusión sin ilusión

Daniel Rubén Mourelle
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La mañana interrumpió su sueño. Durante la noche, había recuperado energías; así y todo, no estaba seguro de qué lado de la realidad se encontraba. Lo único que le importaba era ser feliz, ser hombre pero sin abandonar al niño de sus recuerdos. Algo importante sucedería, tanta fuerza no podía ser casual ni gratuita; estaba aprendiendo la lección.

Frente a la cueva, aún quedaban algunas brasas; echó más ramas secas y prendieron fácilmente. Era una mañana fría, el sol no había tenido oportunidad aún de calentar la tierra, esa tierra, una parte de otro mundo, el suyo había quedado lejos.

—Decir «mundo», decir «jaula». ¿No es así, Pez?

Era Ezequiel, se aproximaba con un jarro humeante en la mano; tal como lo había anunciado, no venía solo. El desconocido se le parecía, se trataba de otro art. Un objeto le colgaba del hombro, atado a una cinta de cuero, parecía una guitarra pero no lo era.

—Hola; pronto me acostumbraré a tus llegadas sorpresivas.

—Te dije que nos veríamos frente al cofre-de-la-forma y aquí estamos.

—El acero y el cofre, diez pasos del monte —canturreó el Pez.

—Eso es, veo que recordás mis viejas canciones —dijo el desconocido—. Solía cantarte todas las noches. No era fácil esconderme de tus padres.

—¿Tus viejas canciones? —mientras el Pez se quedaba mirando al nuevo art, Ezequiel colocaba el jarro a un costado de la fogata, sobre las piedras calientes, y se sentaba.

—¡Claro! ¿Acaso recordás las canciones y no el momento en que se cantaron?

—Te presento a Yeie-Sbi —intervino Ezequiel—, otra vez. Reconocido por su música y por crear nuevos y mejores acertijos.

—¿Vos me enseñaste esa canción que cantaba de chico? —los ojos inmensamente abiertos.

—No del todo, vos contribuías: inventabas, modificabas; después, aprendiste a tocar la guitarra. Y más tarde, te fuiste alejando.

El Pez miraba con una mezcla de impaciencia y tristeza.

—Comenzaste con la ceguera —continuó Yeie-Sbi—, luego la sordera instaló su muro; ya no pude acercarme, habías dejado de creer en mí. El mundo de los hombres se grababa intensamente sobre tus sentidos y extirpaba las libertades que yo te había mostrado. Una maniobra que no por repetida disminuía su eficacia, no sólo te decía que no existíamos, sino que nunca habíamos existido; fuimos borrados de tu memoria. Más aún, tu memoria fue incapacitada para todo aquello que no estuviera aceptado por la Ciencia.

—Quiere decir —reflexionó el Pez— que me estás confirmando la posibilidad de acceder a otros mundos, que yo podría pasar de una realidad a otra.

—¿Y dónde creés que estás ahora —interrumpió Ezequiel—, en un laboratorio de avanzada?

El Pez no pudo contener la risa:

—Perdón, no es que piense que esto no es serio.

—La risa también es algo a ser tomado con seriedad —dijo Yeie-Sbi—, de eso se trata, no vamos a dejar de reír porque estemos en un problema.

—Siempre estoy más atrás de lo que debería, ¿no?

—Sin embargo, sos el único que puede ayudarnos, debemos estar preparados.

—Tendrás que pasar otra noche en el bosque —anunció Yeie-Sbi—, pero antes, la llave del cofre-de-la-forma.

—Tomá —Ezequiel le alcanzó el jarro que había traído—, este brebaje impedirá que sientas hambre o sed, no te hará falta comer o beber durante varios días.

Mientras bebía, el Pez miró hacia la roca llamada cofre-de-la-forma y sintió un sacudón. De la nada, proyectada contra el aire, la figura transparente de una mujer caminó hacia él.

—Es el fin de la madrugada carmesí —dijo Ezequiel en voz muy baja.

La mujer lo escuchó, pero desvió los ojos inmediatamente. Se detuvo, sacó de entre los pliegues de su túnica, un objeto parecido a una lapicera; uno de los extremos estaba al rojo vivo. Apuntó hacia el cofre-de-la-forma y varias señales quedaron grabadas en la piedra; contempló lo que había tallado y desapareció corriendo entre los árboles.

—¿Pueden las alianzas abandonarse? —murmuró Ezequiel; el Pez había terminado de beber. Los arts se acercaron a la roca recién grabada.

—¿Cómo se regresa sin haber jamás partido? —preguntó el Pez.

—¿Es eso lo que dice la inscripción? —interrogó Ezequiel.

—No sé, se me ocurrió de pronto, pero como otras veces...

—Hace mucho tiempo —lo interrumpió Yeie-Sbi—, una mensajera llegó hasta aquí, portaba un cincel-drag.

El Pez estuvo a punto de preguntar qué era eso, pero un gesto de Yeie-Sbi lo contuvo:

—Un cincel-drag es el elemento mediante el cual se tallan los mensajes en los distintos cofres-de-la-forma. Hay nueve, cada uno con una llave especial y única, relacionadas con nuestra salvación, creemos.

Yeie-Sbi no había tenido que hablar para explicarle, había sido su gesto, había transformado su gesto en palabras. El relato continuó:

—La mensajera comenzó a grabar la llave, pero algo que desconocemos le impidió continuar, huyó corriendo entre los árboles hacia el pantano y fue tragada por él; el cincel nunca fue recuperado. Tuvimos años de tristeza y desconcierto.

—Cada llave debe de ser preciosa para ustedes —se condolió el Pez.

—No, no es por eso —aclaró Ezequiel—; nuestra pena fue grande porque la mensajera era Norah, hija de Elena y Droron, el viajero de cuerpos. Cuando su padre debió marcharse y su madre se convirtió en guardiana del pantano, Norah fue criada por Mildin y por mí. Luego, Mildin desapareció sin dejar rastros. Así, Norah se convirtió en mi confidente y uno de los pocos seres del bosque que poseía, además de mí, Yei y Hansel, los signos originarios; creemos que fue poseída por la Extraña.

—Un relato muy complicado —comentó el Pez—, pero yo he visto a esa mensajera no hace mucho.

Ambos arts se quedaron atónitos.

—Nunca la has visto —se apuró Ezequiel.

—Sí, sí que la he visto; dos veces antes de llegar a Miramar.

—Pero —intervino Yeie-Sbi, recuperado— esa mensajera no era Norah, era una imagen sin cara.

—Yo vi su rostro perfectamente, antes y ahora.

—Debe de haber enviado una interferencia —arriesgó Yeie-Sbi—; nosotros veíamos una cosa y el Pez, otra.

—Como si hubiese sucedido en ambos tiempos y con diferentes protagonistas —dijo el Pez—. La misma escena pero desplegada.

—Tu memoria está volviendo. Esas escenas que mencionás están guardadas allí. No alcanzás a ver todo completo, pero lo vas armando por partes y en desorden.

—Mis encuentros anteriores fueron diferentes; hoy había una transparencia que antes no había visto.

—¿Nunca viste a través de ella como hoy?

—No; era de carne y hueso, bien real.

—El conjuro no dice nada sobre esto, vas a tener que cuidarte mucho más de lo que creímos. Vas a ver, tomá mi mano.

El Pez quiso hacerlo, pero lo atravesó; retiró la mano, asustado y aturdido.

—¿Ves? Estamos en la primera etapa de la extinción, no podemos tocarte ni vos a nosotros; sólo vernos y hablarnos. También el olfato nos engaña, podemos usarlo pero sin confiar plenamente en él.

La arboleda se agitó, aunque no había viento.

—Hay peligro cerca —advirtió Ezequiel—, los árboles nos avisan. Vayamos hacia el pantano.

Comenzaron a correr; a sus espaldas, escuchaban pasos y ramas que se quebraban, alguna voz imperativa y lo que parecía ser un aparato electrónico.

El Pez se preguntó por el movimiento de los árboles y pensó que Ezequiel exageraba.

—No, no exagero —dijo Ezequiel sin mirarlo y sin hablar.

El Pez casi se detiene, pero no lo hizo. Ezequiel continuó explicando mientras corría:

—No exagero si con eso pretendés que exagerar fuera una de las formas de la mentira. En cambio, si fuera poner en evidencia cada mundo encerrado en un solo parpadeo, con su universal placer y su cósmico terror, entonces no hay nada que no sea una exageración.

—No quise herir tu susceptibilidad —el Pez intentó una disculpa.

—Descuidate de eso, no me has herido; sucede que cada vida es una exageración si se la mide desde tu lógica. Ya lo verás.

—No lo dudo —aseguró el Pez.

—Todo lo que veas de aquí en más te parecerá una exageración, con distintos valores, cada escena intentará seducirte, pero ello no significa que algunas sean verdaderas y otras no. Aquí cada acción es verdadera, incluso la ilusión; las más fuertes sobreviven y las otras se olvidan hasta que acumulan el poder suficiente para retornar.

Los árboles volvieron a sacudirse. Los sonidos eran los usuales, el bosque estaba tranquilo, el peligro se había alejado. Dejaron de correr.

Habían llegado al pantano; allí estaba Elena. Gris y resquebrajada, se alzaba entre la bruma, era una estatua de ojos cerrados, pero algo le decía al Pez que ella sabía de su presencia.

—Aquí tenemos que dejarte —le dijo Ezequiel.

—¿Estaré solo? —había miedo en su voz.

—Ya no podrás volver a estar solo —replicó Yeie-Sbi—, tendría que ser muy grande el esfuerzo de los iunicqs para aislarte por completo.

—¿Quiénes son los iunicqs? —preguntó el Pez.

—No lo sabemos con precisión, pero creemos que son la corporización del enemigo —le respondió Ezequiel—, si lograran aislarte, se debilitarían tanto que los arts quedaríamos libres.

—Ése podría ser un método para conseguir la victoria —comentó el Pez sin darle mucha importancia.

—No estamos tan seguros; estaríamos libres, pero su debilidad no nos daría la victoria. Para triunfar, hay que actuar con honor y no lo hay frente a los débiles como adversarios. Una libertad sin honor nos mancharía.

—Entiendo.

—Sí; lo sabemos —afirmó Yeie-Sbi.

—¿Y si caigo en una trampa o encuentro algún obstáculo?

—Todo camino es una prueba. En tu cuaderno están algunas de las respuestas y otras irán apareciendo; quedarás marcado, es lo que nos conviene.

—Ustedes me necesitan, por eso se han acercado a mí; mi vida vale si puedo ayudarlos y por eso debo recuperar el don.

—Así es —dijo Yeie-Sbi—, pero estás aquí por tu propia decisión y eso significa que es tu querer quien ha elegido. Nada de esto es un secreto; vos sos el Pez y ser el Pez es justamente eso: poner el don a nuestro servicio.

—Vale decir que no importa quién sea el Pez en tanto traiga el don —estaba desilusionado.

—Es cierto; pero, como en toda verdad, una parte queda en las sombras —dijo Ezequiel—; vos sos el Pez, no otro. Siempre hay respuestas incompletas y nuevos interrogantes. ¿Qué más decir hasta tanto no recuperes ese crisol de las preguntas llamado el don?

—Adiós, Pez —dijo Yeie-Sbi.

—Sí; adiós —remarcó Ezequiel.

—Adiós.

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Copyright ©Daniel Rubén Mourelle, 1999
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Fecha de publicaciónFebrero 2000
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